La primera pieza de este baile de conveniencia se danzó en mayo de 2022, cuando derechas e izquierdas pactaron la designación de seis miembros del Tribunal Constitucional, de modo que sus intereses y propósitos tuvieran sus voceros en esa instancia. Entonces inauguraron el “tú votas por el mío, yo voto por el tuyo”. Las decisiones producidas en este primer año con la nueva integración confirman que sus miembros son mandatarios de quienes los designaron, precisamente para serlo.

Acaba de bailarse otra pieza importante, al elegir para el cargo de Defensor del Pueblo a un abogado a todas luces incompetente para desempeñarlo. Incluso antes de su juramentación, el premier Otárola ha salido a corregir públicamente una insensatez que declaró el recién elegido, haciéndole saber que “los derechos humanos no se redefinen”. Su único mérito es haber sido abogado de Vladimir Cerrón y, por ser “de confianza”, ha sido puesto como peón de batalla en el tablero por su cliente.

Se teme que esa lamentable designación se encamine a una “toma” de la Junta Nacional de Justicia por aquellos que están dispuestos a mantenerse como pareja de baile. Y ya se adelanta que el siguiente paso será una “confluencia” para designar en julio la mesa directiva del Congreso. A la hora del reparto poco importa que este rinda homenaje a la dictadura cubana y aquel milite en el Opus Dei y use cilicio.

Esta convergencia de intereses de los aparentemente contrarios resulta posible no solo por la ambición de muy corto plazo de unos y otros, sino especialmente debido a que la llamada izquierda ha trastocado su perfil hasta hacerse irreconocible como tal en el partido que llevó la candidatura presidencial de Pedro Castillo. En efecto, allí se encuentran dirigentes políticos que combaten la homosexualidad, niegan la igualdad entre sexos, ignoran las preocupaciones ambientales, rechazan a los inmigrantes venezolanos que han llegado al país y un largo etcétera que los haría merecedores de la bendición de algún obispo de los de antes. ¡Pero se llaman, y los llamamos, “izquierda”!

En términos generales, se ha ubicado como “derecha” a los partidarios de la conservación del orden establecido y se ha considerado “izquierda” a los impugnadores del estado de cosas prevaleciente. ¿Pero de qué sirven, en términos concretos, esas etiquetas si vemos que sus actores no se orientan según líneas políticas distintas sino que concurren al reparto del poder del que, juntos, disponen?

Nuestro caso es una demostración indecente de que es inconducente usar esas etiquetas, pero no es el único. ¿Perón era de izquierda o de derecha? ¿Y en qué casillero debe ponerse a Stalin? La realidad ha ido mostrando, a veces de manera trágica, que las categorías de derecha e izquierda son camisas de fuerza en las que nos obligamos a colocar a las posiciones que, con tantos matices, se van desarrollando.

Actualmente se habla de “izquierda iliberal”, que en términos simples sería algo así como una izquierda reaccionaria, contradicción en los términos que, solo para mantener tercamente el uso de la categoría “izquierda”, se aplica a algunos regímenes. Este es el caso de países de Europa del Este, como Hungría y Polonia, cuya orientación retrógrada entra constantemente en colisión con la Unión Europea. Perú Libre correspondería a esa categoría que comparte mucho con la derecha.

Pese a la realidad a la vista, hay quien hoy en día se refiere a “los gobiernos de izquierda en América Latina”, incluyendo en ese saco a Maduro, Ortega, Fernández, Arce, Boric, Petro, Lula y hasta a Boluarte. ¡Como si tuvieran algo en común! Como si llamarlos “de izquierda” pudiera ayudarnos en algo a comprender sus políticas de gobierno y su orientación, en la realidad muy diversas.

A una mirada inicial, los sectores de derecha parecen más sencillos de agrupar. Pero, como demuestran algunos casos, tampoco es fácil encasillar a todos los sectores con tendencias conservadoras bajo una sola etiqueta. Como no lo es agrupar bajo otra a los protagonistas hoy genéricamente llamados “progresistas”, entre los cuales se alinea algo arbitrariamente a preocupaciones muy distintas, acaso contradictorias: feministas, ambientalistas, indigenistas y un etcétera en crecimiento continuo.

Entonces, para comprender a posiciones y liderazgos políticos distintos, ¿cuál es la utilidad de seguir valiéndose de la dicotomía derecha o izquierda? La pregunta queda abierta.