“En todas partes cuecen habas, pero en el Perú solo se cuecen habas". César Moro

A cargo del país se encuentra un gobierno débil y de duración incierta. Su actuación es cuestionada dentro y fuera del país –Washington ha sido claro al respecto– y lo probable es que no se sostenga hasta 2026 como apetecen sus figuras. Esta situación política repercute inevitablemente en la economía: ¿qué inversionistas pueden arriesgar una importante suma de dinero en un país cuyo futuro es impredecible?

Pese a que las lluvias y los huaycos han procurado una trágica distracción que opaca reclamos y disuade manifestaciones, el malestar subsiste en el país sin que los actores políticos muestren signos de entenderlo. Más bien, reprochan a los movilizados una y otra vez que no pidan escuelas, postas médicas o carreteras, que es lo que siempre se les ofreció y no siempre se les cumplió.

Los políticos siempre han visto a los movilizados como aquellos que les dan los votos a cambio de prometerles algo. Pero cuando reclaman como ciudadanos, y no como simples pedilones, se les adjudica motivos ocultos o intenta echárseles en cara razones políticas. Como si tener motivos políticos fuera delictivo, como si no fuera lo propio de un ciudadano que vive en democracia. Y la acción de grupos de vándalos, que ha concurrido a estas manifestaciones, desluce, pero no descalifica, la movilización popular más importante ocurrida en el país en décadas, que probablemente se gestó a partir del fracaso del Estado mostrado en la cifra de muertos de la pandemia, la más alta en el mundo en relación con la población.

Frustración del funcionamiento democrático

La situación muestra el fracaso de un sistema político que se llama democrático pero lo ha sido solamente en el día de las elecciones. A partir de allí los elegidos voltean la espalda a sus electores y, como se ve hasta la náusea en estos últimos años, se dedican a lo suyo: representar a grupos minoritarios, sean legales o ilegales, a cambio de sobornos y favores. Así funciona este Congreso que nos avergüenza como peruanos.

Entre tanto el malestar social subsiste. No solo proviene de humillaciones históricas: ahora mismo, los recientes abusos de las fuerzas del orden –que la prensa internacional ha investigado y documentado– no tienen posibilidades ciertas de ser investigados y castigados. El Ministerio Público ha perdido los dientes que mostró con Castillo, revelando así que su conducción obedece, antes y ahora, a una orientación política.

En la Corte Suprema existe una mayoría que defiende el ejercicio jurisdiccional en aquello que precisamente corresponde a los jueces: el control de la constitucionalidad y legalidad de los actos de gobierno. Esto es, la operación de los pesos y contrapesos del funcionamiento democrático. Acaban de expresarlo, alto y claro, frente a una decisión del Tribunal Constitucional –designado por el Congreso precisamente para desempeñar estos bajos menesteres– que pretende poner las decisiones del Poder Legislativo fuera del control jurisdiccional.

En un marco donde la institucionalidad representada por el Congreso y el Poder Ejecutivo pierde legitimidad aceleradamente, el reclamo de una asamblea constituyente es una demanda, probablemente algo confundida, de contar en los mandos del Estado con quienes de verdad representen los intereses comunes, no a mandatarios de grupos de interés.

¿Y entonces, cuál es la salida?

La asamblea constituyente es un espejismo. Perú Libre agita esa bandera en beneficio propio y no tiene idea de qué debería contener una nueva constitución; por algo no ha adelantado siquiera un esbozo de propuestas. Pero, en rigor, una sociedad no se refunda simplemente mediante el cambio de la constitución. Esto es así conforme demuestra la experiencia nuestra y de otros países; pero, según se constata, el espejismo es atractivo para quienes buscan un cambio.

La propuesta caudillista de Antauro y su lista de “fusilables” parece haber quedado algo descolocada por las movilizaciones, a las cuales el personaje pretendió encaramarse, sin que pudiera obtener un lugarcito en ellas. Hace unos meses él parecía un caudillo radical en ascenso. Hoy está opacado.

Parece probable que en la siguiente oportunidad electoral –cuando sea, ya que aún no tiene fecha–, luego de la apuesta fracasada con Castillo, se aventure elegir a alguien que represente a la derecha, para que sea algo así como un Bukele chicha. El problema de la derecha es que no tiene un personaje mínimamente presentable. López Aliaga debe estar rezando para que algún santo le conceda el milagro de manejar un municipio, que seguramente ya descubrió que le queda grande. En Fuerza Popular Hernando Guerra-García está a la búsqueda de acumular méritos, suponiendo que Keiko se mantenga en la anunciada decisión de no ser candidata una vez más; y en Avanza País no hay figura alguna. El general Chiabra se ha mantenido al margen de dimes y diretes, pero no está desprovisto de una ambición para realizar la cual no tiene equipo ni partido.

¿Entonces, qué? En otra época se habría anticipado un golpe militar. Hoy no es imposible pero sí poco probable. Los hipotéticos golpistas probablemente contarían con el respaldo de los estandartes de la derecha que, desprovista de figuras aseadas, tomaría como suya esa opción. Pero ese apoyo rinde poco en términos sociales, en todo caso no lo bastante para legitimar la esperable mano dura. En cambio, un golpe tendría el rechazo de la comunidad internacional. Los ambiciosos engalonados tendrán, pues, que pensarlo varias veces.

El problema de fondo reside en la sociedad peruana que, elección tras elección, produce los políticos que hemos conocido en las últimas cuatro décadas. Baste recordar que todos los presidentes de estos años se han visto frente a procesos judiciales. No somos capaces de generar mejores actores.

Es duro reconocer que la sociedad peruana ha venido atravesando un profundo proceso de descomposición que se constata tanto en la esfera de la vida pública como en la vida privada. Desde la ampliación de la delincuencia común hasta la conversión de la política en labor de enriquecimiento, el país se ha sumido en una noche oscura.