Ya debe haber perdido la cuenta de los ministros que ha designado y luego ha tenido que reemplazar, acumula siete investigaciones fiscales, dos tercios de los encuestados –y no solo el cardenal Barreto– quieren que renuncie al cargo… y, sin embargo, Pedro Castillo parece gozar de una inamovilidad indeseable en el cargo. La raleada marcha del sábado 5 no ha cambiado ese cuadro.

Muchos hubiéramos apostado, antes de que cumpliera medio año en Palacio de Gobierno, que su gobierno no duraría. La incapacidad de Castillo, que no solo manifiesta en su dificultad para articular con sentido tres frases seguidas, no ha producido mejoras tangibles por los ciudadanos más vulnerables, en nombre de los cuales dice gobernar. Como ha apuntado recientemente Allan Wagner, “nunca ha tenido claro en qué consiste su gobierno, su política de gobierno”. Esa es la razón por la que su gestión es un fracaso. Pero, dieciséis meses después de iniciado su gobierno, no hay indicadores de que tendrá fin antes de 2026.

Como en el verso de César Vallejo, pero ya sin esperanzas de que eche a andar, Castillo es un presidente acabado, difunto, que no obstante pervive en el cargo. La misión de la OEA ha sido solicitada y conformada para darle un boca-a-boca que difícilmente lo revivirá de manera significativa o duradera pero acaso le ayude a avanzar otro trecho del camino hacia 2026.

Los asesores del presidente le han llevado a echar mano a la Carta Democrática Interamericana –que en sus 21 años de vigencia se ha aplicado unas pocas veces sin resultados dignos de recordar– para revivir el discurso sobre el intento de una suerte de golpe de estado que estaría en marcha, esta vez con la connivencia del Congreso y la Fiscal de la Nación. Como ha notado Augusto Álvarez Rodrich, la integración de la misión de la OEA descansa en altos funcionarios de ocho países que difícilmente pondrán en riesgo las respectivas relaciones bilaterales, de modo que no dirán nada que incomode al gobierno de Castillo. Antes de que la misión llegue a Lima puede escribirse las conclusiones a las que llegará y en las que probablemente destacará una “invocación a los diferentes actores políticos para responder positivamente al llamado del presidente Castillo destinado a iniciar un diálogo fecundo que permita al Perú avanzar en el camino…”. Pero, si bien Castillo ganará un balón de oxígeno en la escena internacional, en los hechos el país no avanzará un paso.

“Había un mañana”

Hace poco conversaba con un amigo acerca de lo dramática que es la situación del país, en una pendiente política que empieza a afectar la marcha económica, esta vez imposibilitada de continuar en “piloto automático” como pudo ocurrir en otras ocasiones. De pronto, mi interlocutor dijo, muy convencido: “Es la peor crisis de la historia republicana”. Seguramente percibió un gesto mío de sorpresa y se explicó: “Aún en los peores momentos de la guerra con Chile, había un mañana, se veía un futuro mejor, pero esta vez…”.

Que ahora no se logre ver en el horizonte un futuro mejor es lo peor de la crisis actual. Y, paradójicamente, Castillo se alimenta de la desesperanza que se ha apoderado de una ciudadanía que baja los brazos y se hunde en la resignación provocada por el silencioso no-hay-nada-que-hacer.

El psicólogo social Jorge Yamamoto ha indicado que “estamos en una suerte de depresión colectiva, porque la depresión se dispara cuando uno percibe que el problema que uno tiene no conlleva una solución posible”. Acaso ese estado concurra a explicar la baja asistencia a la marcha del 5 de noviembre, junto a la poca credibilidad de una convocatoria basada en los sectores pitucos y el protagonismo asumido en ella por personajes políticos de la derecha. De todo ello Castillo saca provecho mientras el país se desgasta.

El desgaste ya se ve en una disminución de la inversión; la privada en razón del recelo a la hora de decidir si poner dinero en un país que no tiene rumbo, la pública debido a la ineficiencia del gobierno que no puede gastar los fondos disponibles para aquellos proyectos que lo requieren. Como consecuencia, el empleo se resiente.

Las cifras disponibles son claras. Julio Velarde, presidente del Banco Central de Reserva, sostuvo en septiembre ante la Comisión de Presupuesto del Congreso que la inversión privada tendrá crecimiento nulo en 2022. De acuerdo a la información del Ministerio de Economía y Finanzas, al concluir agosto —mes con el que se completó dos terceras partes del año— el gobierno central había ejecutado menos de la mitad del presupuesto a su cargo (39.6%). Así nos va, mientras el país, como todos los demás en el mundo, está afectado por las consecuencias de la guerra en Ucrania, que ha desatado un proceso inflacionario.

La desesperanza es madre de la resignación

¿Qué podría alterar el cuadro y evitar al país esa ruta de desgaste durante cuatro años más? La falta de respuestas a esa interrogante es lo que alimenta tanto la desesperanza ciudadana como el propósito de Castillo de aferrarse al cargo. A estas alturas, el Congreso es cómplice de tal propósito, mayoritariamente motivados sus miembros por intereses bastardos. Pero, para distraer a ingenuos, se juega a la cuestión de confianza o en torno a una acusación constitucional descabellada, distracciones que no llevarán a ninguna parte. Todo ello aderezado por declaraciones altisonantes a las que, lamentablemente, los medios de comunicación dan una atención que no merecen.

Acaso mi amigo tiene razón al notar que, como nunca antes, el Perú enfrenta una situación para la que no hay alternativas. Ni siquiera alguna ilusoria.