La izquierda en conjunto inició, a fines de la década de 1980, una crisis profunda. Pero el surgimiento de una nueva generación de dirigentes, encabezada por Verónika Mendoza, pareció dar oxígeno a un actor que se hallaba en sala de urgencias. La esperanza no ha durado mucho: el intento de embarcarse en el gobierno de Castillo y la opción por un candidato impresentable en las elecciones del domingo último han demostrado que el enfermo –o quizá la enfermedad– no tiene remedio.

Una cadena de errores

Al dividirse en 1989 e ir el año siguiente en dos candidaturas presidenciales –la de Alfonso Barrantes y la de Henry Pease–, la izquierda se convirtió en un actor secundario de la política peruana. Después del colapso electoral sufrido en 1990, los grupos de izquierda se orientaron, algo aturdidos, a entregarse al líder ocasional –Alberto Fujimori, Alejandro Toledo u Ollanta Humala– a quien en su momento imaginaron, con no poca torpeza, como adversario de la derecha y el neoliberalismo.

No obstante, en ese recorrido las izquierdas produjeron dos hipos electorales; el primero llevó en 2010 a Susana Villarán a la alcaldía de Lima con 38.4% de los votos emitidos en la capital y el segundo confió al Frente Amplio en 2016 veinte escaños de los 130 en disputa en el Congreso, mientras su candidata presidencial, Verónika Mendoza, obtenía 15.35% de los votos emitidos. Ese resultado, conseguido hace apenas seis años, hizo que muchos revivieran su entusiasmo por una izquierda rejuvenecida por la figura de Mendoza.

Verónika –como prefieren llamarla los suyos– traía consigo algunos puntos a favor. Su juventud –36 años entonces–, haber nacido en Cusco y, sobre todo, hablar quechua –en contraste con una dirigencia izquierdista limeña–, y haber tenido en Francia una formación respetable que inició en Psicología y completó en La Sorbona con un máster en Ciencias Sociales. Una figura, pues, no solo joven sino que podía ser contrapuesta con mucha ventaja a los típicos dirigentes tradicionales de la izquierda, la mayoría de los cuales ni siquiera poseían títulos profesionales y habían dedicado la mayor parte de su vida solo a las intrigas de las luchas interpartidarias.

Otro pacto fallido

Pero en apenas cinco años el caudal electoral de aquello que en una época se denominó “la nueva izquierda” –para diferenciarla del viejo Partido Comunista alineado con Moscú– cosechó, con la candidatura presidencial de Mendoza, apenas 6.43% de los votos emitidos en las elecciones de abril de 2021. De nuevo, esa izquierda había quedado reducida a la condición de actor de reparto.

Entonces, Verónika y los suyos decidieron subirse al carro de Pedro Castillo, al firmar en mayo un acuerdo, titulado como “Compromiso por el cambio”. El progresismo de “la nueva izquierda” no pareció ser alterado porque el programa de Perú Libre –y los repetidos gestos de su líder, Vladimir Cerrón– fueran los de una izquierda más bien reaccionaria y poco calificada. En efecto, los voceros del partido vencedor en la primera vuelta electoral no habían ocultado que, según el criterio de su dirigencia, tanto el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela como el de los herederos de la dinastía de los Castro en Cuba son regímenes democráticos; tampoco habían disimulado su xenofobia contra el millón de venezolanos que han buscado refugio en el país, su homofobia al pronunciarse en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo, su posición contraria tanto al aborto como a que la perspectiva igualitaria entre géneros se introduzca en las políticas públicas, y su preferencia por el modelo de la “justicia rondera” que reparte chicotazos sin juicio.

En la presentación pública del pacto, Pedro Castillo dijo: "Cómo en un país tan rico la gente clama por oxígeno, o los jóvenes, por más esfuerzo que hagan, siguen con un futuro incierto y vienen a las grandes ciudades para formar los cinturones de pobreza y son presa fácil de problemas sociales de la delincuencia y de la drogadicción. Por eso estamos acá y por eso nos hemos puesto de acuerdo y gracias a Nuevo Perú y Juntos por el Perú por abrazar esta causa".

Por su parte, Mendoza afirmó, algo ampulosamente: "En este año 2021, en el que conmemoramos el Bicentenario de la Independencia de nuestro país, tenemos una oportunidad histórica, acudimos al llamado del pueblo y convocamos a todos los que quieren una democracia verdadera y quieren luchar por nuestra patria a que sumemos para dejar atrás la corrupción y los autoritarismos y construir una patria nueva”. El intento de “construir una patria nueva” les valió a las recién fuerzas de la “nueva izquierda” colocar en el gabinete ministerial a Pedro Francke, Anahí Durán y Roberto Sánchez.

La sujeción por la que optó la conducción de Mendoza comportaba un riesgo adicional: ser expelidos del gobierno cuando la izquierda reaccionaria considerase prescindible la presencia de los cuadros de la “nueva izquierda”. Así sucedió a pocos meses de instalarse el gobierno, tal como había ocurrido en 1990 con los tres ministros que esa izquierda recibió en el primer gabinete de Alberto Fujimori como retribución a su apoyo en la segunda vuelta electoral, disputada con Mario Vargas Llosa.

En febrero de este año el pacto se rompió sin haber dado frutos. Mendoza se limitó entonces a admitir en un tuit: “Lamentablemente no es la primera vez que se traicionan las expectativas de cambio del pueblo pero, como siempre, tendremos que persistir”. Claro que no era la primera vez que la “nueva izquierda” equivocaba sus apuestas, pero es posible que haya sido la última.

Así lo sugiere el descalabro en las ánforas de un candidato como Gonzalo Alegría –similar al que obtuviera Verónica un año antes–, que era un postulante a todas luces inadecuado. No solo debido a las serias acusaciones acerca de su conducta como padre –que, contra lo que hubiera podido esperarse, no llevó a Juntos por el Perú a retirar su candidatura–, sino por una campaña payasesca, carente de propuestas serias para Lima.

El ocaso de las figuras

Las gentes que han seguido a la figura de Mendoza han ido transmutando las siglas en las cuales se embanderan. Resulta difícil seguir la ruta de siglas y logos: Mendoza y Alegría fueron candidatos de Juntos por el Perú y con esa camiseta fracasaron, ella en la candidatura presidencial, él en la elección municipal de Lima. Que Verónika se haya replegado en su grupo Nuevo Perú no cambia su deslucimiento como líder de los restos de “la nueva izquierda”.

Las derrotas electorales y las limitaciones de su liderazgo señalan el ocaso de la “nueva izquierda” en el país. Pero no nos equivoquemos: el fracaso de ese actor, que llegó a ser importante en la política peruana, no deja paso libre a los sectores conservadores, cual sea el ropaje que estos adopten. La alcaldía ganada por López Aliaga no es el anuncio de una nueva gran ola. Hay demasiadas desigualdades, demasiados resentimientos acumulados, para que la hegemonía de la derecha sea posible.

Vendrá Cerrón o –después del descalabro electoral de Perú Libre acaecido el domingo último–, más probablemente, Antauro u otros antauros. Quienes se vistan de radicalismo y propongan poner patas arriba el orden existente seguirán teniendo auditorio, sea que se reclamen o no ser de izquierda. ¿Qué harán con ese logro? Es difícil decirlo después del fracaso de esa izquierda que tuvo una oportunidad y la dejó perderse.

Nota.- Me disculpo por el error cometido en una versión anterior de este post, y que fuera advertido por los lectores, acerca de la actual adscripción política de Verónika Mendoza.