Los actores políticos latinoamericanos se han resistido a ser catalogados en las categorías de izquierda y derecha, tan viejas como la Revolución Francesa. ¿Qué ha sido el peronismo si no un desafío a los politólogos? El caso peruano ofrece en estos días un ejemplo también poco comprensible a una mirada internacional, que ha puesto a los peruanos en la situación de vivir en la incertidumbre ocasionada por un gobierno sin rumbo.

Pedro Castillo se instaló en el sillón presidencial, considerado como una figura que contaba con el respaldo de partidos de izquierda. Entre ellos, el de Perú Libre, partido que lo llevó como candidato presidencial y que responde al timón de Vladimir Cerrón, el neurocirujano que vivió más de una década en Cuba y trasladó al Perú no solo el culto al “socialismo” sino un programa de gobierno acorde. Como sabemos, Castillo fue candidato gracias a que una sentencia judicial por corrupción impidió a Cerrón la candidatura.

El año pasado Castillo escribió en su cuenta de Twitter: “Seguiremos bregando sin descanso por los cambios que el pueblo necesita. Somos el Gobierno que impulsa la gesta de la reivindicación social y que apuesta por el desarrollo de nuestras regiones. Con unidad y consensos, lo haremos”. Pues bien, ¿qué ha hecho este gobierno durante este año que, en beneficio del pueblo, traduzca una orientación izquierdista? Poco o nada. En palabras del propio Cerrón: “Pensé que iba a ser más consecuente con los sectores populares porque venía del sindicato de maestros, por su origen de clase campesina. […] no ha sido lo que se esperaba”. Lo descalifica como “un oportunista”.

Hoy en día el principal objetivo de Castillo es sobrevivir, difícil tarea en la que, con seis investigaciones abiertas en contra suyo por el Ministerio Público, el día a día parece lo único importante. Entretanto el gobierno se mueve como un pollo sin cabeza. De una parte, parece decidido a movilizar activamente a sectores organizados para que lo defiendan; de otra, el quinto gabinete ministerial en lo que va del periodo incluye como ministro de Relaciones Exteriores a un internacionalista de conocidas posiciones reaccionarias, como el rechazo al Acuerdo de Escazú o el sometimiento a Marruecos en contra del pueblo saharaui.

Tal vez el nombramiento intenta aplacar a los sectores neoconservadores –que cuentan con tres bancadas en el parlamento– que han incomodado a Castillo en su empeño por la sobrevivencia. Han intentado vacarlo del cargo dos veces sin que le alcanzaran los votos constitucionalmente requeridos. Incluso, antes de que Castillo tomara posesión del cargo y durante su presidencia ciertos actores y grupos de oposición se han empeñado en levantar el fantasma de un fraude electoral para el que no han podido mostrar prueba alguna.

Un “izquierdismo” vacío de contenidos

Aparte de invocar rutinariamente al “pueblo” en sus discursos, Castillo no ha beneficiado con medidas concretas a las mayorías del país. Lo que en cambio ha sido noticia en estos meses son las crecientes revelaciones de irregularidades en asuntos manejados desde Palacio de Gobierno, algunos de los cuales han dado lugar a las investigaciones emprendidas por los fiscales. Las notas sobre la corrupción en el manejo público llenan la prensa. La semana pasada los obispos católicos, alarmados, han reclamado una salida pronta del pozo mediante una “transición política”.

El aparente izquierdismo de origen ha sido sustituido por la corrupción como rasgo definitorio. Y las encuestas, al mostrar que el presidente cuenta con el respaldo de alrededor de uno de cada cinco peruanos, revelan que en un año Castillo ha perdido más de la mitad de las preferencias que lo eligieron presidente.

El otro terreno donde el izquierdismo se pone a prueba es el parlamento. Ahí, Perú Libre, el partido que era considerado oficialista y se instaló en el Congreso con 37 escaños, ha perdido 21 de ellos debido a que se partió en dos. Pero lo llamativo es que en varias decisiones de calado ambos grupos han coincidido con el sector parlamentario identificado como de derecha. De aquellas votaciones en las que han coincidido izquierdas y derechas en el Congreso puede destacarse dos. Una fue la designación de los miembros del Tribunal Constitucional, que este año fue negociada mediante el viejo sistema de cuoteo: “tú pones al tuyo y yo pongo al mío”, sin prestar atención a méritos y capacidades de los candidatos.

La otra fue el desmantelamiento del sistema de control de calidad de las universidades (SUNEDU) que en pocos años logró poner fuera de circulación a una serie de instituciones que se llamaban “universidades” pero tenían como único propósito el lucro y funcionaban sin otro objetivo que el de otorgar títulos profesionales carentes de respaldo formativo. Esas falsas universidades cuentan con su representación parlamentaria, que se ha encargado de destruir el sistema de control de calidad con el concurso de izquierdas y derechas. Las decisiones parlamentarias revelan, pues, que las preferencias ideológicas no parecen contar en ellas o son distintas a las que se han adjudicado a la izquierda.

Una izquierda reaccionaria

En rigor, los parlamentarios “izquierdistas” adhieren a lo que se ha dado en llamar izquierda iliberal y que en el caso peruano es, más bien, reaccionaria. Cubriéndose con el manto de izquierda, se sirven de los escaños del Congreso para defender intereses particulares a los que no son ajenos diversas actividades irregulares. Es en esa definición de su tarea donde no se encuentra diferencia alguna entre ellos y una gran parte de sus colegas de los demás partidos. Unos y otros son mayoritariamente militantes de un conservadurismo retrógrado que se opone a la educación sexual en los colegios, abomina del matrimonio de personas del mismo sexo y rebaja la importancia de la violencia de género en un país donde la mujer es víctima de maltratos, asesinatos o desapariciones, en cifras considerables.

Complementariamente, izquierdas y derechas coinciden en oponerse al reclamado adelanto de elecciones generales –planteado bajo la consigna de “Que se vayan todos”–, que privaría a los actuales congresistas no solo de sus emolumentos durante los siguientes cuatro años, sino también de los negocios bajo la mesa que realizan desde sus cargos.

El Perú de hoy atraviesa una situación crítica –a la que acaba de sumarse el regreso de Antauro Humala a la escena– cuyas próximas etapas, teñidas por la agonía política del presidente y el Congreso, son inimaginables. Para tratar de entender esta situación, resulta poco útil etiquetar a los actores políticos como de izquierda o de derecha. Falta de preparación, cortedad de miras, afán de obtener beneficios personales o de grupo, desinterés por aquello que en otra época se conocía como el interés general… caracterizan a quienes, con una camiseta partidaria u otra, concuerdan en llevar al país en dirección desconocida.

(Foto: Andina)