Mi interlocutor es un profesor universitario que ha entrado en sus cuarenta años, de los cuales los últimos cinco fueron dedicados a obtener el doctorado en un país europeo, del que ha vuelto recientemente. Conversamos sobre la guerra en Ucrania y, luego de un par de generalidades, me suelta la frase que encabeza esta nota. Quedo perplejo: la guerra ya se siente en el Perú en los precios de los combustibles y, más pronto que tarde, llegará a la cadena de suministros; por ejemplo, al trigo que el Perú importa, siendo así que Ucrania era el quinto exportador en el mundo y Rusia, el primero. Esto, sin considerar la posibilidad –que gracias a Putin ya no es remota– del holocausto nuclear.
Pero, si a gentes cultas no les inquieta mucho la dimensión que está tomando la guerra en Europa, al “pueblo” que invoca Pedro Castillo una y otra vez, probablemente mucho menos. Lo demuestra la conmovedora soledad de los 20 ó 30 ucranianos que levantan pequeños cartelitos de protesta frente a la embajada de Rusia, al final de la avenida Salaverry. La “sociedad civil” no los acompaña. Ni siquiera la derecha, que todavía alienta oportunistamente el miedo al comunismo, se sube sobre la ola que les ha regalado el invasor de Ucrania.
Lo que queda de la izquierda exhibe su terrible desorientación. Sin pestañar, Verónika Mendoza firma una declaración en la que se pretende igualar la responsabilidad del invasor ruso con la del imperialismo norteamericano. Otros se escandalizan de que Europa y Estados Unidos apoyen la defensa de la integridad ucraniana, siendo así que no se han ocupado mucho de lo que pasa en Yemen o tratan con mano muy suave a Israel cuando comete atrocidades contra el pueblo palestino. Como si los silencios cómplices efectivamente existentes invalidaran el acudir ahora en apoyo de Ucrania.
La izquierda criolla sigue rindiendo culto a sus fetiches. Incapaz de mirar sin anteojeras la realidad, así como sigue justificando su apoyo a Castillo, no puede ver con claridad el conflicto en Europa. En el extremo, desde Perú Libre se apoya a Rusia. La miopía no solo afecta a la izquierda peruana. Los gobiernos sátrapas del “socialismo del siglo XXI” –Venezuela, Nicaragua y Cuba– han tomado partido por Moscú en la Asamblea General de Naciones Unidas. En América Latina solo Gabriel Boric ha tenido el valor de condenar resueltamente la invasión rusa, al precio de ocasionar algunas fisuras entre quienes lo respaldan.
“Como el Perú no hay”
Más allá de izquierdas y derechas, los peruanos padecen una incapacidad para dar una mirada fresca y atenta al mundo que está más allá de las fronteras. Prefieren aferrarse, incluso en los sectores cultos, al facilismo de “el Perú es muy distinto” para poner el acento sobre las particularidades que, obviamente, cualquier país tiene. Esa tendencia, que desde la escuela aconseja mirarse al ombligo, ha sido nutrida por las ciencias sociales que, vistiendo al provincianismo con argumentaciones pretenciosas, han desatendido el mundo en el cual el país está inserto.
De esa ignorancia preponderante acerca del resto del mundo proviene esa retahíla que aparece como indiscutible: tenemos los mejores paisajes, como la comida peruana no hay otra, e incluso, el “noble pueblo peruano” es amable o es pacífico. Estas simplezas las repiten, especialmente, quienes jamás han salido del territorio y las reproducen con frecuencia los medios de comunicación.
Como revelaron las políticas del gobierno de Velasco Alvarado, en el fondo de todo esto subyace el ideal de la autarquía –razón principal de su fracaso económico–, que de algún modo se apoya en las imágenes fabricadas y repetidas sobre el imperio incaico. No necesitamos a los demás, nosotros somos un país lleno de riquezas –otro mito es el del mendigo sentado en un banco de oro– y es cosa de saber explotarlas bien. Esta mirada, llamémosla ingenua, no se ha hecho cargo de que en la actualidad no es factible desarrollarse aisladamente de un mundo intensamente interconectado.
Pero, además, en la consideración del tema de Ucrania aparece en el país una enorme insensibilidad, incapaz de conmoverse ante la tragedia distante. Los peruanos, ya respecto al propio país, viven bajo el principio tácito de los demás no me importan. Si la ley de la selva tiene plena vigencia respecto de los otros peruanos con quienes se comparte, con sobresaltos, la convivencia diaria, qué puede esperarse para quienes habitan en un país lejano. ¿Acaso el peruano medio se emocionará con la resistencia heroica del pueblo ucraniano o el yemení?
En este país cada quien vive encerrado en sí mismo, en su familia, en su trabajo y en su casa. Esta desaparición del sentido de lo colectivo y del interés público es lo que ha hecho que tengamos los políticos que nos avergüenzan. No los han traído de otro planeta ni de otro país: han salido “del seno”, como se dice huachafamente, de esta peruanidad a la que la tragedia de Ucrania no importa. Como si el mundo no estuviera destinado a ser diferente –quizá dramáticamente diferente– después de este episodio.
Foto: Andina