La situación del presidente se hallaba muy comprometida. Las tres entrevistas –sobre todo la de CNN– pavimentaron el camino de su salida. El secretario de la presidencia, Carlos Jaico, al tirar la puerta, reveló que había advertido "tempranamente la nociva influencia que en sus decisiones tienen algunos asesores de gabinete y funcionarios designados, cual 'gabinete en la sombra’", donde se toman las decisiones. Mirtha Vásquez se fue –algo tardíamente, es cierto– denunciando claramente que la corrupción ha llegado arriba y debido a eso no se combate.

La corrupción gubernamental ha venido a convertirse en un punto crítico, cuyo peso iguala o supera el de la gran desorientación y la gran ineptitud del gobierno. Se acumulan los múltiples indicios: las nunca aclaradas reuniones en la casa de Breña, los miles de dólares “ahorrados” por el anterior secretario de la presidencia y la reunión reservada del siguiente con los directivos de Repsol en la embajada española, los arreglos del ministro de Transporte con las mafias del transporte limeño para darles vía libre, etc. La lista se agranda semana a semana.

Paralelamente, las encuestas han revelado que “el pueblo”, invocado ritualmente por Castillo, ha percibido la magnitud de su fracaso; luego de seis meses de gobierno se ha pasado de algo más de la mitad de quienes en junio votamos por él a 28.9% de aprobación en enero. Pero, además, obtiene desaprobación mayoritaria en todos los rubros, salvo el de la vacunación; el maestro es reprobado en servicios de salud y de educación, lucha contra la corrupción y contra la pobreza, y en el manejo de la economía; lo que es peor, no aprueba en el combate contra la delincuencia, que es preocupación mayor en la población. Es lo que muestra la encuesta del IEP publicada el domingo 30 de enero.

La bandera de la Asamblea Constituyente para redactar una nueva constitución ya había sido puesta de lado por la mayoría de los encuestados por IPSOS, antes de que el Congreso le cerrara el paso al intento de Perú Libre, destinado a sumir al país en una campaña de agitación sin objetivos de mejoras concretas para la mayoría de la población. A solo 8% de encuestados les parecía un tema prioritario.

De tumbo en tumbo

Entonces, Castillo echó mano a esa “evaluación” permanente de todos los cargos y cambió a la mitad del gabinete. Quedaron los peores e ingresaron varios que cuentan con prontuario. A la cabeza de ellos, Héctor Valer, quien pintorescamente se define a sí mismo como “socioliberal”, proclama vínculos con el Opus Dei, ya se ha ganado un lugarcito en una futura historia del transfuguismo en el país y cuyo mérito, a ojos del presidente, probablemente consista en haber anunciado en julio –esto es, cuando la segunda vuelta ya se había producido–, su apoyo al ganador. Se sabe ya que es un hombre con recorrido en comisarías y juzgados.

En el nuevo elenco, Valer, Graham y Ugarte parecen ser el guiño a los sectores conservadores del país: sus nombres buscan “dar confianza” a un espectro que incluye tanto a los inversionistas como a las bases de Con mis hijos no te metas. Pero los frutos están por verse. Las primeras reacciones de una parte de la derecha son de rechazo a la maniobra presidencial, de impugnación a los antecedentes delictivos del primer ministro y de la ministra de la Mujer, y de renovación de la propuesta de vacancia.

Como el nuevo gabinete muestra, lo que más sorprende de la torpeza gubernamental que Castillo corporiza no son tanto sus tropiezos con el castellano –que no puede amparar en ser quechuahablante porque no lo es– sino su inhabilidad para ese aprendizaje del que se ha preciado: sigue nombrando gente incapaz o con antecedentes penales para puestos de alta responsabilidad y mantiene o encarga contactos pobremente disimulados con personas que tienen intereses económicos en decisiones de gobierno. Y luego, ante los cuestionamientos, opta por victimizarse como el pobre campesino que no fue preparado para el cargo y a quien los medios de comunicación le han puesto la puntería.

En efecto, la oposición –que cuenta con la artillería de varios medios– quiere descabalgarlo. Lo ha buscado desde antes de que se hiciera cargo de la presidencia. Pero ese hecho evidente no puede esgrimirse como descargo de sus responsabilidades. Invocar al pueblo cada dos por tres y no desprenderse del sombrero en ninguna circunstancia no es suficiente para “pasar piola”. De allí la desilusión, si no la frustración, que las encuestas recogen.

Porque los problemas están ahí, irresueltos y en curso de agravamiento. Los conflictos sociales se multiplican, como era previsible en un gobierno “del pueblo” –imagen que alienta reclamos–, y se reproducen mesas de diálogo que son tan inconducentes como en todos los gobiernos anteriores. En este difícil panorama ha llegado el desastre ecológico provocado por la negligencia de REPSOL y la nula supervisión estatal que no advirtió la inexistencia de planes de contingencia. Salvo la pandemia –frente a la cual se ha tenido el acierto de mantener las líneas maestras que trazó el gobierno de Sagasti–, se acrecientan todos los asuntos que reclaman solución mientras el presidente Castillo está “evaluando” –su verbo favorito para capear temporales– el curso de acción.

Rodeado de un entorno de personas de confianza para él, pero que la ciudadanía no conoce, Castillo no tiene en el gabinete ministerial su equipo de trabajo. Concordante con el señalamiento hecho por Carlos Jaico, la explicación dada a su renuncia por Avelino Guillén es clara respecto a ese otro círculo de poder, que nadie eligió e incluso Castillo no hace público mediante designaciones oficiales. Ahí están los asesores informales que le aconsejan dar una entrevista a un periodista que, previsiblemente, habría de llevarlo a hacer un papelón de resonancia internacional o que le sugieren someter a consulta popular una salida al mar para Bolivia, en términos indefinidos que han sembrado dudas sobre un recorte de la soberanía territorial.

Una izquierda sucumbió y la derecha sopesa opciones

En ese paisaje, el cuadro político tiende a recomponerse a izquierda y derecha. Y la sustitución de Castillo en la presidencia mantiene, o acrecienta, su lugar en la agenda pública.

En perspectiva, el dato más relevante es la salida del gobierno de los “caviares”, representantes de esa izquierda educada de la que bien había “tuiteado” Eduardo Dargent, “Con la salida de Guillen […] se agota esa justificación de ‘estoy peleando desde adentro’.” Verónika Mendoza, después de seis meses de alianza con el gobierno, se limitó a reclamar una explicación para la salida de Guillén. En rigor eran los “caviares” quienes deberían haber explicado qué hacían en un gobierno sin timón, que hace noticia por sus errores o por sus escándalos. No tuvieron tiempo: los despidieron y esa izquierda, muy quemada tras abordar y ser desembarcada del gobierno, ha cancelado su futuro político por tiempo indefinido.

La derecha recalcitrante, luego de que el año pasado fuera derrotada en su primer intento de vacancia, decidió bajar el tono y esperar. El desgaste de Castillo, al que él mismo ha contribuido insistentemente, habría de encargarse de ir empequeñeciéndolo y revelándolo, más que en su ignorancia, en su incapacidad. De allí que, pese al recambio de ministros, es posible que muy pronto solo les baste darle el empujoncito final, que se revestirá de “incapacidad moral” o cualquier otra causal. En esa dirección, el primer ensayo será la votación congresal para dar o no confianza a los ministros recién llegados.

Si no se le otorgara confianza al nuevo gabinete, el siguiente paso sería intentar la vacancia de la presidencia. Entonces, cual sea el motivo que se invoque en el Congreso, no encontrará mayores objeciones –salvo de los directamente afectados debido a que cesarán en sus puestos– porque la mayoría del país ha entrado en el camino del hartazgo.

Empezaríamos entonces un nuevo capítulo –esperemos que mejor– con la asunción del cargo por Dina Boluarte, que tiene credenciales profesionales y experiencia en el sector público, a más de ostentar la distinción de haber sido expulsada de Perú Libre. Sin partido y sin bancada parlamentaria, a ella correspondería la compleja tarea de gestar una base política para sacar a este país del atasco en el que se encuentra desde hace demasiado tiempo.