En el mundo es el país con el más alto número de fallecidos debido a la pandemia. El futuro económico aparece amenazado por la incertidumbre política: las reservas en moneda extranjera disminuyen a velocidad considerable y la inversión no parece levantar cabeza. La ola delictiva sigue creciendo y en ella el sicariato ha alcanzado protagonismo. Así llega el Perú al inicio de 2022.
Pero los representantes políticos elegidos en 2021 viven en su propia realidad. El Congreso aprueba o rechaza proyectos según intereses de personas o grupos, incluso aquellos que son ilícitos. Los gobiernos regionales hacen noticia con su incapacidad para gestionar los fondos de los que disponen o con sus repetidos episodios de una corrupción desbocada. La cabeza del Poder Ejecutivo aparece envuelta en el tráfico de influencias y se extiende el reconocimiento de que Castillo carece de orientación, da sucesivos pasos en falso y no puede durar cinco años. Pero ninguna fuerza política es capaz de proponer un rumbo claro.
Nada hace pensar que 2022 pueda ser mejor que el año que acaba, uno de los peores de la historia republicana. Según los datos que ofrece la encuesta de Ipsos correspondiente a este mes, para la mayoría de los encuestados (56%) el Perú está retrocediendo. En los últimos veinte años esta empresa encuestadora no registró una cifra más alta como respuesta a esta pregunta. Para dos de cada tres entrevistados (64%) la situación económica está peor que hace un año y solo 4% estima que la situación económica del país es buena. Para más de la mitad de los encuestados (51%) su familia está estancada pero uno de cada tres (32%) estima que está retrocediendo, mientras que 15% –los beneficiados de siempre– consideran que los suyos están progresando.
En envilecimiento y sin alternativas
De cara a 2022, apenas 22% dijo creer que la situación será mejor dentro de un año. Son, pues, minoría quienes conservan la esperanza. Pero tanto lo que ocurre en una economía que para muchos no tiene un lugar–salvo en las ocupaciones ilícitas, siempre en auge– como la cada vez más desmoralizadora escena política deben estar aumentando el número de desesperanzados en estas fiestas de fin de año.
El Congreso se ha convertido en un circo de barrio que según la encuesta del IEP tiene en diciembre apenas 18% de aprobación. A la hora de decidir los asuntos que realmente les importa no hay izquierdas o derechas. Unos y otros están de acuerdo en mantener a flote a las universidades bamba vaciando de contenido a la Sunedu, o en dejar en el cargo al ministro microbusero para que termine de cancelar la reforma del transporte, o en prolongar la vida de las explotaciones mineras ilegales hasta el día del juicio, y así sucesivamente. Los pensadores ilustrados sostuvieron que en el parlamento se representan los intereses generales; no imaginaron lo que podían hacer y deshacer nuestros congresistas para favorecer a los intereses particulares.
Como se ha sostenido en este espacio, el problema de fondo es que no hay alternativas. De un lado, está la izquierda realmente existente que, llegada al gobierno, no solo muestra ineptitud sino que sus principales figuras aparecen inmersas en actos de corrupción. De otro lado se encuentra la derecha bruta y achorada que no tiene ningún proyecto para el país y cuya ambición es volver al poder para que nada cambie.
Quizá la comprobación más deprimente es que no hay liderazgos ni fuerzas sociales capaces de acometer la tarea de acabar con las viejas taras que, doscientos años de república solo han renovado y, tratándose de la corrupción, han multiplicado hasta alcanzar a todos los sectores y niveles sociales. Pero probablemente la mayor frustración en este año que termina es la constatación de que haber elegido democráticamente a alguien “de abajo” tampoco ha ubicado al Perú en la senda de un país mejor; estamos ante un simple cambio de rostros, ancestros y atuendos; las conductas son las de siempre, esto es, las que han hecho del país lo que es ahora.
Desvincular el futuro personal de un proyecto colectivo
La vacancia o la destitución mediante un juicio político al presidente a cargo del Congreso (artículos 99 y 100 de la Constitución) parecen estar cada vez más cerca. Un tercio de los encuestados por Ipsos en diciembre (31%) respaldaban el desplazamiento de Castillo del cargo. Entre ellos, dos tercios (65%) justificaban su posición en razón de la “incapacidad para gobernar” del presidente, que “está haciendo mucho daño al país”; algo más de un tercio (37%) basaban su postura en los “indicios serios de corrupción que involucran al presidente”. Pero, en una mirada serena y realista, nada asegura que la situación del país mejore si el Congreso decidiera deshacerse del actual presidente.
Incluso si la oposición obtuviera su objetivo máximo, convocar a elecciones, el posible resultado sería similar al de abril de 2021: el electorado volvería a encontrar que no hay alguien que encarne una propuesta por la que valga la pena apostar el futuro del país. Desde hace tiempo el Perú está en un callejón sin salida y en este año que termina esa situación se ha hecho evidente para muchos ciudadanos, probablemente para la mayoría de ellos.
Sin duda, tal comprobación produce desesperanza. También este mes, una encuesta de IEP ha encontrado que dos de cada cinco entrevistados esperan que 2022 será bueno o muy bueno. Lo que deja a la mayoría, sino en el desaliento, en el escepticismo.
Ese estado de ánimo propicia la desvinculación del futuro personal de un proyecto colectivo, con lo que se resquebraja el sentido profundo de pertenencia a una comunidad nacional. Algunos se decidirán a incrementar el número de peruanos que vivimos fuera del país. Otros optarán por circunscribir sus planes a sacar a los suyos adelante, legal o ilegalmente. Unos lo harán cínicamente y otros con resignación. Pero, lamentablemente, al comenzar el nuevo año la aspiración a un país mejor no encuentra lugar suficiente para afirmarse.