La pregunta puede sorprender a 110 días de instalado el gobierno. Pero es difícil encontrar en el Perú otro gobierno que en ese lapso haya reemplazado tantos altos cargos, descalificados por sus antecedentes o debido a desatinos cometidos en ejercicio del cargo. La falta de criterio demostrada al nombrar a sujetos incompetentes se ha hecho patente hasta llegar al extremo de la designación de quien habitualmente roba supermercados. No obstante tamaños desaciertos, la carencia del gobierno de Pedro Castillo es más grave: no tiene rumbo.

El programa con el que Mirtha Vásquez logró la confianza parlamentaria no corresponde a los propósitos del presidente, que en realidad nadie conoce. Cada vez más aislado, habiendo perdido el apoyo de Vladimir Cerrón y la mitad de la bancada parlamentaria de Perú Libre, no parece tener reflejos ni siquiera para echar de Palacio a su secretario, Bruno Pacheco, que se descalificó al pretender –no se sabe si por encargo de Castillo– imponer nombres en los ascensos militares.

Una versión puesta en circulación interpreta que el círculo chotano del que se ha rodeado corresponde al pago de deudas con los señores de la amapola, que en esa provincia cajamarquina han impuesto su propio orden y habrían financiado la campaña electoral de Castillo. Sea cierto o no, el hecho es que ese círculo selecto –que ahora se asegura que busca deshacerse de la primera ministra– resulta absolutamente ineficaz para conducir el gobierno.

Mientras capea los sucesivos temporales, Castillo acaricia en silencio el conocido sueño del partido propio sobre la base de los maestros. Pero la red magisterial –cuyos intereses de corta mira son fertilizados por el ministro Gallardo mediante la puesta de lado de la evaluación– pudo servir para la campaña electoral. Difícilmente son capaces de aportar al gobierno, salvo salir a la calle para manifestar ruidosamente su apoyo al presidente que busca beneficiarlos.

En lo inmediato, el presidente se abrió una alternativa al descansar, en materia económica, en el criterio y la solidez de Pedro Francke. Un paso más en esa dirección fue la designación de Mirtha Vásquez como primera ministra, cargo desde el cual en pocos días ha demostrado buen tino y pulso firme. El problema es que esos “caviares”, al tiempo que no son del gusto del grupo cerronista ni del entorno presidencial, tampoco resultan aceptables para la oposición cerril que cuenta con 43 congresistas –Fuerza Popular, Avanza País y Renovación Popular–, los suficientes como para incomodar constantemente al gobierno y amagar una semana sí y otra también con la posibilidad de la vacancia de Castillo.

Esa oposición, cada vez más reaccionaria, no está interesada en plantear alternativas en políticas de gobierno, de las que en verdad carece. Lo que pretende es llegar al gobierno, a como dé lugar, para que nada cambie. Y eso es lo que deja al país sin opciones.

¿Este precario equilibrio puede durar cinco años?

La sensación creciente es que no. Un gobierno que no deja ver adónde se dirige –probablemente porque no lo sabe– y manifiesta tal nivel de inacción que, como se vio en el discurso del presidente al cumplir cien días en el cargo, salvo la continuación de la vacunación no tiene resultados que mostrar. Zarandeado, como está, por constantes denuncias sobre sus integrantes y dando traspiés en episodios como el manoseo de los ascensos militares, este gobierno no llegará en pie a 2026.

Al ala que lidera Cerrón un descabalgamiento presidencial lo tiene sin cuidado. Ya ha logrado algo con la desaceleración del combate a los cultivos ilegales de coca y con las granjerías otorgadas por el ministro microbusero a los transportistas a quienes engañosamente se llama “informales”, cuando debería señalárseles como delincuentes. Hasta que se arribe a la vacancia, tales aliados se procurarán otras prebendas.

Pero el objetivo estratégico de esa izquierda bruta y achorada no está en el gobierno, que solo les es útil como instrumento táctico ventajista. Cerrón quiere organizar el partido que, en algún momento futuro e incierto, acometerá la tarea de la revolución. Al efecto, serán sumados todos aquellos que estén dispuestos a seguirlos, valiéndose de los recursos –legales o ilegales, ¡qué importa!– que resulten eficaces.

Ellos dejarán caer a Castillo cuando la oposición pueda hacerlo. Por lo tanto, de cara a la posible vacancia, el presidente no depende tanto de los “caviares” –que cuentan con algunas gentes capaces pero no tienen fuerza social– sino de ese tercio parlamentario que encabezan Acción Popular y Alianza para el Progreso, que solo están interesados en lograr beneficios particulares a corto plazo.

Mientras tanto, en la realidad de la cual parecen lejanos los actores políticos, los conflictos sociales se multiplican. En octubre la Defensoría del Pueblo registró 198 conflictos sociales; en el mismo mes se resolvió solo un conflicto. El informe detalla que “se registraron 242 acciones colectivas de protesta en el mes de octubre, 16 más que el mes anterior”. Como era de preverse, la instalación de un gobierno como el de Castillo abona la multiplicación de expectativas –muchas de ellas legítimas– que la ineptitud de este gobierno no podrá atender satisfactoriamente.

Esa ineptitud explica el retroceso del gobierno y del presidente en aprobación popular, que ya aparece en las encuestas. Según informe de IPSOS, en noviembre Castillo bajó en siete puntos su nivel de aprobación: solo uno de cada tres encuestados (35%) lo avalaba. Dos de cada cinco encuestados (40%) estimaron que el principal error del presidente ha sido “nombrar funcionarios incapaces”. Situado ya en la pendiente, cuando Castillo llegue a mínimos, habrá llegado el momento de vacarlo.

Unas elecciones antes de 2026 –objetivo de oro de la derecha bruta y achorada– no conducirán al cambio que la mayoría de los peruanos buscaron al votar por Castillo. Los conflictos no cederán ante lo que probablemente sea un gobierno de derecha, insensible frente a los reclamos sociales. Esa derecha –cualquiera sea su candidato– no tiene planes para un país mejor. Y la izquierda bruta y achorada verá en ese paisaje una nueva oportunidad para proseguir con su eterno propósito de “acumular fuerzas”. Es decir, estaremos en lo mismo mientras la sociedad y el Estado son carcomidos por los problemas no resueltos, la delincuencia y la corrupción.