Los tres meses transcurridos desde el cambio de gobierno han demostrado que a Pedro Castillo el cargo le queda grande. Esto no se debe solo a una educación insuficiente. Se trata de un problema mayor: carece de criterio para nombrar gente adecuada para los cargos y para seguir un rumbo coherente. Castillo no tiene la talla mínima exigida para el cargo. Fue elegido porque proyectó una imagen de representante de los más. Pero la imagen sola puede servir para ganar una elección, no para gobernar.

El alejamiento de Cerrón, que puede considerarse saludable, tiene el efecto lateral de que Castillo queda rodeado de allegados e incondicionales pero sin propuesta. El presidente no diferencia “nacionalizar” de “estatizar”, lo que ha dejado a Pedro Francke en el deslucido papel de forzado intérprete. Con el apoyo de los maestros, el presidente busca realizar ahora el sueño del partido propio; la pregunta es: ¿para qué? Agitar el cambio como bandera, además de ser poco original, es insuficiente. Entusiasma a los postergados al tiempo que asusta a los sectores propietarios, pero no tiene contenido. ¿Qué cambios? ¿Los que Mirtha Vásquez enumeró en su presentación en el Congreso o los que aparecen en las salidas de tono presidenciales o ministeriales?

¿Debemos considerar entre los cambios propuestos la “normalización” de los cultivos de coca que abastecen el narcotráfico? ¿Hay que incluir en el paquete del cambio el retroceso del nombramiento de maestros sin evaluación, que hundirá aún más el estado de la educación pública pero pretende galvanizar el apoyo magisterial al gobierno?

Vásquez, Francke y Torres no bastan

Unos cuantos ministros bien centrados –en el premierato, en Economía y en Justicia– no bastan. Especialmente si comparten mesa de gabinete con sujetos con antecedentes como los que exhibe el ministro del Interior Luis Barranzuela, o con una manifiesta incompetencia como la del ministro de Educación Carlos Gallardo.

Nada de esas miserias puede llevar a lamentar el alejamiento de Vladimir Cerrón y los suyos, que no tienen interés en mejorar al país sino que persisten en recitar la vieja letanía izquierdista de “acumular fuerzas” y construir el partido que, según el evangelio leninista, es la vanguardia esclarecida que nos conducirá a la revolución. Acaba de recordarlo un tuit de Cerrón en el que señala cuál es el objetivo de la Constituyente: “nos hemos dado la tarea de buscar las firmas para la Asamblea Constituyente como parte de la lucha, pero a la vez como un motivo de organización popular, que de realizarse vendría a convertirse en el nuevo y verdadero poder político.”

El médico formado, también políticamente, en Cuba no puede ser más claro: el interés no se centra en lograr un mejor texto constitucional sino en la oportunidad de agitar a las masas en el camino. Es el mismo catecismo que llevó a la izquierda en 1978 a sentarse en una Constituyente sin tener propuestas, dada como estaba a la tarea de apoyar todos los reclamos, paros y huelgas en los que sus cuadros tenían “presencia”, y a la de denunciar a todas las otras fuerzas políticas.

La derecha, sin propuestas pero con ambición

Tampoco la derecha neta, que cuenta con 43 congresistas, tiene capacidad de propuesta. Sus dirigentes se han afiliado a la internacional reaccionaria que lidera Vox, el partido político español huérfano del franquismo. Y su horizonte se agota en la toma del poder, para ejercer el cual su callado plan es el no-cambio. Esto es, mantener un estado de cosas en el que la salud y la educación tienen precio, dado que los servicios públicos –que son a los que recurre la mayoría de peruanos debido a que no pueden pagar los privados– dan lástima.

Sin decirlo en voz alta, se proponen mantener un Estado que no ejerce sus funciones en todo el territorio, carcomido por múltiples actividades ilegales en permanente expansión. Un Estado que, incapaz de coordinar planes y acciones en el propio Poder Ejecutivo, se queda inmovilizado en los entresijos de los gobiernos regionales y locales. Un Estado que, además, está podrido por la corrupción. Pese a todo, los actores de la derecha sabrán sacar provecho del control del Estado cuando recuperen el gobierno. Así lo han hecho siempre.

Como resultado, la derecha mantendrá un país con desigualdades insoportables, con una salud pública cuyas enormes carencias se han visto con la pandemia, con una educación pública lamentable que mantiene en la ignorancia a vastas mayorías y con una economía que fuerza a la informalidad a tres de cada cuatro trabajadores. Es un orden que beneficia a los menos y excluye a millones de peruanos que no encuentran bases sanas para la convivencia social. Las conductas disruptivas y delictivas tienen en ese orden un gran caldo de cultivo.

Ese es el país que Fuerza Popular, Renovación Popular y Avanza País aspiran a gobernar, no para cambiarlo sino para hacer sus negocios. Y si alguien protesta, las fuerzas policiales o los matones de La Resistencia le darán lo que merecen.

La actuación del Ministerio Público parece ser parte del engranaje. La vicepresidenta y también ministra Dina Boluarte fue incluida el 20 de octubre por el fiscal Richard Rojas en una investigación de Perú Libre sobre lavado de activos y organización criminal. ¿Qué base tiene el fiscal para investigar a la vicepresidenta? Como ya es usual, no hay sino el dicho de un “colaborador eficaz” y el hecho, admitido por la investigada, de que ella abrió una cuenta corriente en la que diversas personas depositaron fondos. Pero, claro, la endeblez de la investigación no importa y nadie prestará atención a ese proceso –aunque en definitiva termine en nada– porque lo que importa es enlodar ahora a Boluarte y justificar así su vacancia por incapacidad moral. Cuando se vaque a Castillo, la presidenta del Congreso asumirá la presidencia y convocará a elecciones. El objetivo de la derecha se habrá alcanzado.

Ahora, el voto de confianza

En esta semana, como en las diez anteriores, se espera una definición. Existe la posibilidad de que el gabinete no alcance el voto de confianza. ¿Sería una derrota del gobierno o un logro de un plan para disolver el Congreso y ganar posiciones con miras a la siguiente elección? Cualquier interpretación que se adopte, lo cierto es que el país –que vive en medio de una ola creciente de reclamos y reivindicaciones– continúa adentrándose en la incertidumbre.

No importa qué digan en los discursos, ningún sector político tiene en su actuación los problemas del país como referencia orientadora. Mírese a izquierda o derecha, estamos ante idéntica falta de alternativas. Esa carencia, percibida por el elector, hizo que en abril ningún candidato obtuviera más de 15,8% de los votos emitidos. La diferencia es que ahora tenemos un gobierno legítimamente elegido del cual no se sabe quién tiene el timón y, menos aún, qué rumbo sigue.