El escritor argentino incluyó esa frase en un poema en torno a su relación con Buenos Aires. Ha sido muy usada para diversos propósitos y, con ocasión de la segunda vuelta, podría ser adoptada por muchos votantes de Castillo. A quienes no seducen las calidades del candidato sino que se hallan horrorizados por la alternativa K que congrega a la derecha.

En el fenómeno Castillo –llamémoslo así– resultan atractivos dos aspectos. Primero, el surgimiento de una figura no solo nueva en la escena política sino que, con sus muchas limitaciones, es verdaderamente representativa del peruano de a pie, que es el mayoritario. Segundo, el planteamiento de un cambio de fondo en el país, pese a que sus términos no aparecen claramente definidos sino que son borrosos o inestables; en suma, insuficientes. Castillo es, sobre todo, un símbolo con una fuerte marca provinciana y poco más.

En seguida vienen los “peros”. El dueño del partido Perú Libre, Vladimir Cerrón, padece un machismo-leninismo trasnochado, en el que seguramente fue aleccionado durante su larga estancia cubana. Y él es quien seleccionó a quienes integran la bancada del partido en el Congreso. ¿Qué peso tendrá esa presencia en el gobierno?, es una pregunta inquietante. La intranquilidad pasa a ser preocupación al ver que la gestión regional de Cerrón ha merecido no solo el rechazo de sus electores sino una condena judicial, no por razones políticas sino que sanciona malos manejos.

Pero no solo es Cerrón. Guillermo Bermejo, congresista electo por Perú Libre, es un hombre articulado que está inscrito en el cartabón ideológico de Cerrón, hasta el punto de haber afirmado en un audio que él ha reconocido: “Si tomamos el poder, no lo vamos a dejar”. Al tiempo de conocerse esta grabación, el candidato presidencial Castillo firmaba un compromiso en sentido contrario.

Menos peso tienen los expedientes policiales preparados contra Bermejo y contra otro congresista de Perú Libre, Alfredo Pariona –que de manera irregular han sido puestos a disposición de la campaña fujimorista–, acerca de sus presuntos vínculos con el senderismo. Los abogados sabemos bien cuán poco confiables son esos informes, construidos según órdenes jerárquicas y enteramente dependientes de las versiones dadas por “colaboradores eficaces”, que no prueban nada si no son respaldados por otros elementos de convicción. Que El Comercio, una vez retomado con entusiasmo su perfil fujimorista, se sirva de esos atestados policiales es un indicador significativo de a quién sirve presentarlos al público.

En suma, Castillo es un candidato inscrito por un grupo político encorsetado en una ideología de otra época pero que, él mismo, exhibe una preparación insuficiente para desempeñarse en el cargo. Además, no parece tener brújula. Si fuera “palabra de maestro”, como asegura Ricardo Belmont, que le ofreció ser primer ministro, estaríamos ante una prueba plena de la desorientación del candidato. Pero hay otras: la desatinada propuesta de elegir popularmente a los jueces, que copia de Evo Morales, ya produjo efectos calamitosos en el país vecino.

No es, pues, sólido el vínculo entre Castillo y el electorado; carece de bases firmes. Por algo obtuvo solo 15,38% de los votos emitidos en primera vuelta. Como no sabemos quién es Castillo, en realidad, votar por él en la segunda vuelta es simplemente una apuesta por el cambio. Un salto al vacío que, como ocurrió con Alberto Fujimori en 1990, puede desembocar en algo imprevisible.

A dar ese salto alienta no un ciego amor por la candidatura de Castillo sino el espanto que genera la candidatura de Fujimori y, en general, todo aquello que los sectores altos y parte de los sectores medios identificados con la derecha están mostrando en esta campaña electoral. Ignorancia, prepotencia, falta de sensibilidad, cinismo y oportunismo, todo eso se exhibe con desenfado en estas semanas.

De la prepotencia es exponente el que fuera el candidato de los negocios turbios, militante del catolicismo ultraderechista que, en función de gran inquisidor, pide muerte para aquellos a quienes considera como enemigos y no como adversarios. De oportunismo y desvergüenza es exponente otro excandidato que se ha apresurado a apoyar a la señora K, bajo la excusa de que, de momento, debe olvidarse los actos de corrupción del fujimorismo. Ignorancia o necedad es tratar de convencer a esa mayoría de peruanos, a quienes las encuestadoras sitúan en los estratos más pobres (D y E), con el argumento del “peligro comunista”, que a ellos –que padecen múltiples carencias mantenidas por “el modelo”– debe tenerlos sin cuidado. IPSOS ha construido una pirámide que ilustra los pesos diferenciados de cada sector, que reflejan las profundas desigualdades.

Finalmente, lo más grave es la falta de sensibilidad que encuentra en el fujimorismo sus mayores exponentes. El actual jefe de gobierno, Hernando Guerra-García –que hasta ahora ha vestido cinco camisetas políticas distintas– no ha tenido empacho en sostener que “930 soles es un montón de dinero”, razón por la cual se opone al incremento del salario mínimo.

Pero el mayor cinismo es el de la propia Keiko. La “sobrina” del “tío Vladi” se alojaba con su padre y sus hermanos en el departamento acondicionado por Montesinos en el Servicio de Inteligencia Nacional, quien decía protegerlos así de unas imaginarias conspiraciones para deponer al dictador. Desterrada su madre del círculo presidencial, por haberse vuelto incómoda al denunciar la apropiación de donaciones por los Fujimori, Keiko es producto de ese ambiente siniestro. Bien lo recuerda el documental de Alonso Gamarra que circula en las redes sociales.

En ocasiones la señora K ha intentado proyectar otra imagen. Lo hizo en la campaña de 2016, cuando sorprendió con un hasta entonces desconocido perfil casi progresista a un auditorio en Harvard. Puro juego de imágenes al que en esta campaña ha incorporado irresponsablemente una feria de ofertas, que realistamente no pueden ser financiadas. La verdadera Keiko es la que niega las esterilizaciones forzadas que se impusieron a millares de mujeres cuya opinión no fue consultada. La verdadera Keiko es la que anuncia que indultará a su padre, responsable de esa aberración y muchas otras, en el campo de los derechos humanos y en el del manejo de cuantiosos fondos públicos que aún no ha devuelto. La verdadera Keiko está en la pobreza profesional y moral de su “equipo técnico”, entre los que hay un médico que propuso usar la saliva contra la pandemia y algún condenado por cohecho.

Pese a sus raíces distantes del país, Keiko Fujimori es heredera de lo peor de esa capa que ha dirigido el Perú durante la mayor parte de los 200 años de república. Gentes que no han mirado al país y a su pueblo sino a sus propias ganancias, lícitas o ilícitas. Son los descendientes de quienes se negaron a que sus hijos pelearan por la independencia al lado de San Martín, según él mismo denunció decepcionado. Son beneficiarios de las herencias que se generaron fraudulentamente con el reparto de la riqueza guanera en el siglo XIX. Y son quienes, recurriendo frecuentemente al respaldo militar, han cuidado únicamente de sus privilegios.

Son quienes hoy, como siempre, provocan espanto. Los votos que obtenga Castillo el 6 de junio procederán, pues, no tanto de sus escasos méritos cuanto del rechazo a que esas gentes, que han usufructuado del país dejando migajas a los más, recuperen el poder con la señora K, con el apoyo desvergonzado de la mayor parte de los medios de comunicación.