Con ocasión de la polarización generada en torno a las elecciones de abril, ha revivido esa descalificación, ahora esgrimida por los más enfervorizados partidarios de algún candidato. Como vivo hace 35 años fuera del país, pero lo visito con frecuencia, no es la primera vez que la escucho. Es una suerte de fobia –para la que habría que encontrar un término preciso– contra aquellos que optamos por irnos del país o no volver a vivir en él.
La fobia prosperó en los años del terror de Sendero y los siguientes. Entonces buscaba justificarse con alegatos del tipo “tú no estabas acá cuando…” o “es que tú no sabes por lo que tuvimos que pasar”, y similares. Pero, en realidad, la observación así presentada tenía un trasfondo: descalificar a quienes nos atrevíamos a formular una opinión –que, por cierto, no coincidía con la del interlocutor– pero no habíamos estado en el país “cuando las papas quemaban”.
En algún caso del que he tenido noticia, se dio esa razón para negar un lugar a quien había pasado cinco años en el extranjero, a fin de obtener un doctorado y volver a su universidad como investigador. Esto es, para algunos, haberse ido del país –aunque hubiese sido temporalmente– se constituyó en demérito.
Este recurso se ha incorporado, para revivirlo siempre que haga falta, en la larga tradición peruana según la cual lo que importa no es discutir el argumento del discrepante sino cómo descalificarlo por alguna particularidad suya. Tengo los años suficientes como para saber que hubo épocas en las que se usaba la descalificación para prescindir de la opinión de las mujeres o de los jóvenes. Hasta cierto punto, esos años han quedado atrás, afortunadamente.
Pero la fobia contra quienes no somos residentes está en vigencia. No importa que, siendo uno de cada diez peruanos, conformemos una importante minoría. Tampoco importa que sigamos contribuyendo con el país de muchas formas: desde la producción intelectual hasta el envío de remesas, que año a año se incrementan sustantivamente hasta haber llegado en 2019 a 3326 millones de dólares, según las cuentas nacionales del BCR, suma equivalente a 8.45% del total de exportaciones en el mismo año. El dinero enviado por los residentes en el exterior a sus familias en el Perú se constituyó así en una de las razones –que pasan casi inadvertidas– para explicar la disminución de la pobreza en el país, de la que tanto se enorgullecen los responsables de gobiernos que, en salud o en educación, han producido resultados impresentables.
Nada de lo que aportamos al país desde fuera importa. Lo que parece interesar, a algunos, es descalificar a quienes nos atrevemos a opinar, ahora, en torno a las incapacidades de algunos candidatos. Si un candidato a presidente adeuda al país una suma millonaria en impuestos, o si su candidata a vicepresidenta quiere regresar al país a las cavernas, como bien ha señalado Iván Slocovich en Correo, la respuesta es: “¿Y tú qué hablas, si no vives aquí?”.
Como si, dado que vivimos fuera, el futuro del país no nos importara. Como si las familias nuestras que viven allá no hubieran de ser afectadas por un gobierno de incapaces o ladrones, o de una combinación de ambas lacras. Y como si, finalmente, a algunos de nosotros no les preocupara a qué país podrían volver en un momento dado.
Acaso se espera, por algunos, que demos explicaciones acerca de por qué nos fuimos o no queremos volver. Acaso se insinúa una traición inscrita en esa decisión. Como si, año a año, los sondeos de opinión no comprobasen que, si pudieran, la mayoría de peruanos (58% en septiembre de 2018, según IPSOS) quisiera hacer lo mismo que nosotros pudimos hacer. Y este dato quizás revele una cierta dosis de envidia que alimenta esta fobia en un sector de quienes no encontraron la oportunidad de dejar el país.
En medio de la degradación del debate público, desgraciadamente, todo vale. Acaba de demostrarlo la maliciosa información propagada en Willax en torno a la eficacia de la vacuna que el gobierno está aplicando gratuitamente. Una clara maniobra política de quienes buscan desacreditar al gobierno pero que, sobre todo, está al servicio de la privatización de la vacunación; esto es, como siempre, convertir la tragedia de muchos en negocio de unos pocos.
En esa atmósfera, cada vez más intoxicada por intereses grupales, se pretende, como parte de una ofensiva negadora de derechos, desautorizar la opinión de los peruanos que vivimos fuera. Inaceptable.
(Foto: Peruanos en Bruselas, durante las protestas de noviembre 2020 contra Manuel Merino y los congresistas vacadores)