reaccionario, ria
                                 1. adj. Perteneciente o relativo a la reacción (actitud opuesta a                                     las innovaciones).
                                2. adj. Que tiende a oponerse a cualquier innovación.
                                Diccionario de la RAE

Se equivocan quienes se tranquilizan pensando, seguramente con acierto, que el candidato de Renovación Nacional no podrá ganar el 11 de abril. Acaso ni siquiera pase a la segunda vuelta. Pero el objetivo de López Aliaga no es ganar esa competencia. Lo que busca, como otros actores políticos de extrema derecha en el mundo, es colocar en el escenario a alguien que, sin disimulos, proclama y defiende las causas más reaccionarias.

Representante nato en el país de la derecha bruta y achorada –que hasta ahora no había tenido el rostro de un candidato presidencial–, él no muestra ningún recato para abrazar tesis que contradicen reivindicaciones levantadas por distintos sectores y ciertos avances que se daba por alcanzados. Como su batalla es ideológica, la lista de sus objetivos es muy abarcadora. Pero en ella ocupan lugares destacados el combate a los reclamos de derechos LGTBI y la lucha contra el aborto, incluso en caso de violación de una menor de edad, que para él pasa a ser mujer por el hecho de quedar embarazada.

Practica el celibato como miembro del Opus Dei, “a mucha honra”, y sostiene que su partido va “de la mano de Cristo”, lo que muestra la coherencia del personaje. De allí que su reciente ataque, bastante tosco, a la innovadora sentencia judicial que reconoce a Ana Estrada su derecho a una muerte digna deba entenderse como consecuencia de su manera tradicional de entender el derecho a la vida.

Se exhibe como un empresario exitoso pero, por razones que no han sido suficientemente establecidas, está envuelto en una larga lista de conflictos judiciales. Ha fracasado en sus postulaciones al Congreso, en 2011 y 2020. Y hace más de un año se presentó, sin asco, como “el Bolsonaro peruano”.

Lo que la DBA busca es cambiar el sentido común

Pese a que el pensamiento neoliberal ha logrado transformar el sentido común vigente en buena parte de la ciudadanía –pero, especialmente, entre sectores altos y medios–, es alta la resistencia a un candidato que sea percibido como representante de grupos de poder. Probablemente esta fue la razón por la que Vargas Llosa fue derrotado por Fujimori en 1990. Según se lee entre la información que sistematiza Alfredo Torres en Elecciones y Decepciones, 36% de los encuestados en septiembre de 2020 afirmaron que nunca votarían por un candidato de derecha.

Y en qué sector se alinea López Aliaga es algo que está fuera de discusión. Pero su juego no consiste en ganar las elecciones sino en combatir agresivamente algunas ideas que se han ido abriendo paso en el país. Si no pretende conquistar del todo el sentido común, cuando menos busca capturar algunos bastiones de “lo políticamente correcto”. Y es que, hoy en día, así como defender a Abimael Guzmán hoy resulta excluido de aquello que es aceptable, oponerse a los derechos de las mujeres o al derecho a la preferencia sexual es parte de aquello que aunque haya quien íntimamente lo desee no se atreve a hacerlo en público. Esa es la lucha del neoconservadurismo: legitimar ciertas “verdades” que lo son solo para el pensamiento reaccionario.

Es posible argumentar que, cuando menos en parte, la resaca conservadora se ha generado, en el Perú como en otros países, debido a la desmesura en la que han incurrido diversos sectores contestatarios que han reclamado, airada y conscientemente, más de lo que era razonablemente posible. Esta ha sido una práctica reiterada, e internamente justificada, por grupos de izquierda y por agrupaciones del feminismo y de defensa de los derechos de los homosexuales, que han ingresado abiertamente en el terreno de la provocación.

De ahí el propósito combativo de enfrentar tajantemente tales pretensiones, que para algunos resultan intolerables. En España Vox lo ha logrado a poco andar. Quienes se declaraban franquistas solo en su casa, se han envalentonado suficientemente como para ahora defender en público al “Caudillo” y su dictadura de cuatro décadas. Y en el Perú la grita de López Aliaga busca sacar de la “derecha cobardita” –como la llaman pendencieramente los líderes de Vox– a todos quienes piensan aquello de “cuanto menos Estado, mejor”, que las mujeres ya han ido demasiado lejos, que los homosexuales deben volver al armario y que la manera de acabar con la delincuencia es usar la mano dura contra ella.

Por cierto, el nuevo personaje de moda no es el primero en intentarlo. Alberto Fujimori se movió, en cierta medida, en esas aguas, pero en 1995 hizo guiños a los reclamos feministas en la Conferencia Mundial de Naciones Unidas en Beijín. En verdad, él seguía una ruta oportunista que le aconsejó no pronunciarse sobre algunos asuntos y fingir interés en otros. En cambio, López Aliaga es integral y coherentemente reaccionario.

En estas elecciones hay varios que compiten desde ese lado del espectro y eso, claro está, marca límites a López Aliaga. En el tema de la “mano dura” nadie lo hace mejor que Daniel Urresti, a quien su condición de acusado por homicidio en espera de ser juzgado no parece arredrarlo. En libre mercado y no intervención estatal, Hernando de Soto es el más articulado y supera a Fujimori, aunque haya recogido algo de su herencia al anunciar que Francisco Tudela integrará su gabinete. Y, por supuesto, está Keiko, la candidata ya permanente, que reivindica –a veces sí y a veces no– el gobierno de su padre.

La competencia dentro de la derecha puede, pues, frustrar las ambiciones de López Aliaga para alcanzar la presidencia. Pero es probable que también complique su tarea de vender al electorado un coherente sentido común ultraconservador, que logre expresión mediante una representación parlamentaria cuya actuación sesgue el debate público hacia una extrema derecha constituida en interlocutor válido.