Ambos postulan al Congreso pero en los dos la mira está puesta a más altura, en el palacio de Pizarro. Vizcarra no cuenta con un partido pero sí con la popularidad que cultivó y ganó durante sus 30 meses en el gobierno. Nieto tiene una pequeña agrupación en torno suyo, que le resulta un respaldo insuficiente. De allí que uno y otro se hayan alojado en listas parlamentarias de candidatos presidenciales cuyo improbable éxito los tiene sin cuidado. Con su propio renombre, imaginan, les bastará para mantenerse en la escena como congresistas.

Vizcarra, una imagen cuidadosamente elaborada

Vizcarra empezó a esculpir su figura de presidenciable cuando en 2008 encabezó la protesta conocida como “el moqueguazo”. Dos años después fue elegido presidente regional. En 2016 aceptó ir en la lista de Kuczynski como candidato a la primera vicepresidencia, un cargo que usualmente no permite lucimientos. Pero luego fue nombrado ministro de Transportes, donde enfrentó su primer escándalo, en torno a la construcción del aeropuerto de Chinchero; se refugió entonces en la embajada peruana en Canadá, de donde salió para reemplazar a PPK en marzo de 2018, demostrando que la política peruana, como diría Rubén Blades, “te da sorpresas” continuamente.

Su mira puesta en una elección presidencial posterior explica sus actos durante los dos años y medio que estuvo a cargo del gobierno. En nombre de promover un cambio construyó un camino personal hacia el futuro. Para ello, gobernó con la mirada puesta en las encuestas: cada tema que surgía como preocupación ciudadana era colocado en la agenda para ser objeto de discursos y gestos del presidente. Ninguna reforma en serio. Ni la de la justicia, ni la del régimen político. Solo fueron excusas para confrontar al Congreso –tarea que le facilitó el fujimorismo enceguecido por combatir al gobierno– y responsabilizarlo de la frustración de los cambios.

Usó como tema preferido la lucha contra la corrupción cuando aún no eran del todo conocidos sus manejos en materia de obras públicas, estrechamente relacionados con sus actividades empresariales. Que ni siquiera ha declarado con veracidad este año, cuando debía hacerlo como candidato. El Jurado Nacional de Elecciones, que cambia las normas o sus criterios según la dirección en la que soplen los vientos, le ha permitido mantenerse en carrera. De la que tampoco lo sacará el que ahora se sepa que se procuró la vacuna contra la pandemia como un privilegio presidencial.

Al parecer, Vizcarra calculó en el segundo intento de vacancia que inició el Congreso –con ocasión del turbio asunto Swing y de ciertos pagos irregulares hechos durante su presidencia moqueguana–, que lo más rentable era ser vacado y salir de la presidencia en medio de la aprobación mayoritaria, como víctima de una arbitrariedad. Pero, claro, postular en 2021 era prematuro. De allí que haya optado por hacer su campaña desde el Congreso durante los cinco próximos años.

Jorge Nieto Montesinos, buena formación y otra experiencia

El caso de Nieto, un exmilitante de la izquierda radical en los años setenta, es bastante distinto. A diferencia de Vizcarra –ingeniero graduado en la Universidad Nacional de Ingeniería–, cuenta con una formación amplia que inició en la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde estudió sociología, y continuó en México, adonde viajó a comienzos de la década de 1980. En FLACSO obtuvo una maestría en ciencia política y en el Colegio de México realizó estudios de doctorado. Permaneció en ese país durante largos años, durante los cuales en UNESCO llegó a dirigir la Unidad para la Cultura Democrática y la Gobernabilidad, y fue representante de esa entidad internacional en México.

Pero Nieto ganó una valiosa experiencia política en el medio mexicano, donde fue reconocido como un exitoso consultor de varios partidos y gobernadores. Con ello se hizo de una mirada que, según se constata en sus declaraciones y entrevistas, lo sitúa muy por encima del político peruano promedio.

De vuelta en el Perú, apareció en el escenario político como ministro de Cultura en el primer gabinete de PPK y se desplazó luego al de ministro de Defensa. En ese cargo fue designado a comienzos de 2017 para coordinar las acciones del gobierno frente al Niño costero, responsabilidad que desempeñó con reconocimiento, según los sondeos de opinión pública. A fines de ese año renunció al cargo debido a su desacuerdo con el “indulto por razones humanitarias” que Kuczynski otorgó al expresidente Fujimori –a quien PPK llamaba familiarmente “don Alberto”– y que los tribunales anularon un par de meses después.

En los meses posteriores Nieto se convirtió en un frecuente invitado de los espacios políticos de radio y televisión. La atención y comentarios recibidos por el personaje eran el primer paso de la organización de su propio aparato político. Lo anunció a comienzos de 2020 como Partido del Buen Gobierno, envolviéndolo en la retórica de Guamán Poma de Ayala.

Pero la agrupación no tomó vuelo y no alcanzó a inscribirse como partido. Nieto optó entonces por aceptar, hace pocas semanas, encabezar la lista de candidatos por Lima que presenta Victoria Nacional. La endeblez inocultable de su candidato presidencial, George Forsyth, no debe preocuparle. Lo que ahora importa es que, por esta vía, es muy probable que sea elegido congresista.

Apuestas a ganar lugar en el escenario

Si, en efecto, ganan un lugar en el Congreso, a lo largo de cinco años –mediante declaraciones, fotos y proyectos– Vizcarra y y Nieto lanzarán cotidianamente fogonazos encaminados a alimentar su propia figura como alternativa. En 2026 Vizcarra tendrá 63 años y Nieto, 75. Y se sentirán con energías para ganar el voto popular y llegar a la presidencia. Pero el Perú es un país impredecible, no solo debido a sus terremotos. Y lo es, especialmente, en política, donde nunca todo está dicho.