El retiro de la candidatura presidencial de Nidia Vílchez, decidido por el Comité político del partido, tras la denegación por el Jurado Nacional de Elecciones de la inscripción de siete listas departamentales apristas para el Congreso, conduce a la desaparición del APRA con ocasión del proceso electoral de este año. Termina así el partido más longevo de nuestra historia que, incluso para algunos analistas, ha sido el único partido que en el Perú haya merecido ser considerado como tal. 

1924 es la fecha de fundación de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), con una pretensión de ámbito latinoamericano, y que tuvo lugar en México. El Partido Aprista Peruano (PAP) se estableció en septiembre de 1930, y con Acción Democrática en Venezuela y Liberación Nacional en Costa Rica, vino a ser una de las pocas agrupaciones políticas que se identificaron con las bases sentadas en 1924. Sus propuestas, que pudieron considerarse como social-demócratas, incluían la lucha contra el imperialismo estadounidense y la “nacionalización de tierras e industrias”, que para el añejo orden oligárquico de la época eran intolerables. Para combatir al aprismo, la derecha recurrió a una suerte de “terruqueo”, al proclamar que se trataba de una forma de comunismo encubierto. El Comercio fue el buque insignia de un agresivo antiaprismo, que marcó décadas de la historia política peruana.

El fundador del APRA, Víctor Raúl Haya de la Torre –a quien el culto a la personalidad en el partido acostumbró llamarlo “el jefe, maestro y guía”– había surgido como líder unos años antes, en 1923, con ocasión del intento del presidente Leguía –en contubernio con el arzobispo de Lima Emilio Lissón– de consagrar al país al Corazón de Jesús. La resistencia de la oposición, en la que destacó Haya, impidió la maniobra oficial con el saldo de un obrero y un estudiante muertos.

El enfrentamiento, que abarcó décadas de la historia nacional, se abrió, pues, aun antes de que el APRA se estableciera como partido político. Los contrincantes quedaron ubicados. La oligarquía con el respaldo militar, de un lado; el APRA, de otro. El aprismo cultivó una imagen antimilitarista y en 1933 un militante del partido asesinó al entonces presidente Luis Sánchez Cerro, un teniente-coronel anodino al servicio de los grupos de poder económico y que, según los resultados oficiales, había derrotado a Haya en 1931 en la lucha por la presidencia.

La Constitución de 1933 –cuyo texto fue aprobado luego de que los 23 representantes apristas fueran apresados y desterrados– dedicó el artículo 53 a excluir simultáneamente al aprismo y al comunismo: “El Estado no reconoce la existencia legal de los partidos políticos de organización internacional”, y para imponer una muerte civil a sus militantes añadió: “Los que pertenecen a ellos no pueden desempeñar ninguna función política”. Es decir, se intentó levantar un muro de contención para preservar el régimen oligárquico, que las fuerzas armadas sostuvieron.

Haya, una figura de varias facetas

Sin duda, Haya fue un gran líder pero hay muchas evidencias de que prefería el juego a dos bandas, esto es, dentro y fuera de la legalidad, una táctica a la que sus adversarios denominaron “la escopeta de dos cañones”. El gobierno de José Luis Bustamante y Rivero (1945-1948), elegido con votos apristas, padeció ese doble juego, ejercido desde una minoría de cierto peso en el parlamento. El episodio más notorio de esa estrategia ocurrió el 3 de octubre de 1948, cuando marineros y civiles apristas se levantaron en el Callao, aparentemente con el conocimiento y aprobación del partido, pero Haya decidió a última hora no respaldarlos. El levantamiento arrojó un saldo de 235 muertos y 189 condenados a penas de prisión. Pero el incidente precipitó, 24 días después, el golpe de Manuel Odría, quien permaneció en el poder hasta 1956. La dictadura de Odría persiguió al aprismo que tuvo que retraerse a la clandestinidad y volvió a cantar aquello de “El APRA nunca muere”, lema que hoy se revela ilusorio.

En 1956, al terminar el periodo odríista, el aprismo se valió del argumento de que buscaba su legalización para disponer que su militancia votara por Manuel Prado, un representante de la derecha no solo tradicional sino frívola. Haya pareció haberse domesticado, harto de la persecución, los encarcelamientos y destierros, y de la clandestinidad crónicamente impuesta. Instalado en su nueva perspectiva política, en 1962 pactó con el odriísmo que había perseguido a los apristas, con el propósito de impedir la llegada al gobierno de Fernando Belaunde que presentaba un programa moderadamente reformista. Un golpe militar frustró el acuerdo entre los viejos enemigos para tomar el gobierno, que no obstante constituyeron mayoría parlamentaria en las elecciones de 1963. Entonces, con la tesis de adjudicar al parlamento bajo su control el título de “primer poder del Estado”, el aprismo inauguró el obstruccionismo parlamentario, valiéndose de una sucesión de censuras ministeriales. Este comportamiento resultó heredado, décadas después, por el fujimorismo despechado por no haber obtenido la presidencia su candidata, Keiko Fujimori, en 2016.

La evolución hacia la derecha adoptada por el partido aprista tuvo costos internos que proveyeron de dirigentes a las izquierdas. Algunas de sus figuras, como Alfonso Barrantes, se alejaron o fueron expulsados, como ocurrió en 1959 tanto con Carlos Malpica como con Luis de la Puente Uceda, quien fundó primero el APRA rebelde y luego el MIR, que con apoyo cubano pasó a la acción guerrillera en 1965. De la Puente resultó ejecutado por una patrulla militar.

Alan García como el recambio

En 1968 el gobierno de Fernando Belaunde había pasado del fracaso en su programa reformista a algunos escándalos públicos. Las fuerzas armadas lo derrocaron y anunciaron una revolución. Durante el gobierno militar, el APRA hibernó al tiempo de presenciar cómo las reformas del gobierno de Velasco Alvarado –asesorado por un destacado ex militante aprista, Carlos Delgado– ponía en marcha los cambios que el partido había bosquejado casi cuatro décadas antes y que los militares habían bloqueado durante muchos años como un deber institucional.

Convocadas la elecciones de 1980, el APRA imaginó ser el heredero natural de ese proceso, pero no tuvo en cuenta el rechazo popular con el que terminó el gobierno militar encabezado por Francisco Morales Bermúdez y, además, tuvo como candidato a Armando Villanueva, que adoptó el desafortunado lema de “Armando tiene la fuerza”, que revivía el pasado innoble de “los búfalos”, las fuerzas de choque de las que el partido se valía para combatir a sus adversarios en mítines, asambleas universitarias o sindicales. Como mal menor, resultó elegido Belaunde Terry para un segundo periodo.

Poco antes, en la Asamblea Constituyente reunida en 1978 y presidida por Haya, había aparecido una figura joven que fue cobrando peso en la medida en la que aquel segundo gobierno de Belaunde Terry (1980-1985) fue de fracaso en fracaso, como el primero (1963-1968). Muerto Haya en 1979, Alan García rejuveneció al partido y remozó sus propuestas, situándolas en el centroizquierda de lo que se dio en llamar el “APRA auroral”. Así el partido alcanzó protagonismo en la Internacional Socialista.

No obstante, ese primer gobierno de García (1985-1990) condujo al país a una catástrofe económica que alcanzó récords mundiales en inflación y produjo un desplome social, al tiempo que recurrió a asesinatos y masacres para combatir –sin éxito– la insurgencia de Sendero Luminoso. Pero, luego de la dictadura fujimorista (1992-2000) y el fracaso de Alejandro Toledo (2001-2006), García era el dueño del partido y fue elegido para el periodo 2006-2011 como el mal menor frente a Ollanta Humala, quien había obtenido mayor votación en la primera vuelta pero era sindicado por la derecha como “chavista”. García dio entonces un brusco golpe de timón, poniéndose al servicio de los grandes intereses económicos y llevó la corrupción al nivel sistémico que habían inaugurado Fujimori/Montesinos. Finalmente, luego de obtener menos de 6% de votos en 2016, recurrió al suicidio en 2019 para no enfrentar las responsabilidades en las que había incurrido en relación con los sobornos de la empresa brasileña Odebrecht.

El partido llevaba tiempo languideciendo. En 2011 optó por llevar a una candidata presidencial intrascendente –Mercedes Aráoz– y solo obtuvo cuatro lugares en el Congreso. En los comicios de 2016 obtuvo cinco escaños. Sus representantes parlamentarios –entre las bravuconadas de Mauricio Mulder y la mediocridad de Jorge Del Castillo– solo atinaron a pactar con quien estuviera dispuesto a otorgarles algo a cambio, fujimoristas incluidos. En 2020 el APRA no alcanzó ni un representante. Al retirar la candidatura presidencial en 2021 ha perdido su inscripción electoral.

Sin liderazgos de estatura ni el apoyo popular que en su momento fue fervoroso, el partido se encaminó hacia el final al que estamos existiendo. Su largo recorrido, lleno de curvas y cambios de ruta, deja lecciones que son de interés y que aún esperan un análisis bien informado y equilibrado. Lo que se ha escrito sobre el APRA han sido elogios desmesurados o acusaciones alimentadas por variados odios. No es de esas fuentes de las que los peruanos tenemos mucho que aprender acerca de la historia aprista.