Cuando José Matos Mar quería resaltar la fluidez de alguno de los textos publicados por el Instituto de Estudios Peruanos que dirigió acostumbraba decir: “se lee como un cuento”. Siguiendo esa huella habría que decir de La Extorsión que se lee con la facilidad y el interés propios de una novela policial. Solo que lo narrado en el reciente libro de Uceda no es ficción sino una realidad más que deplorable. 

En el centro de la trama está la justicia pero los protagonistas con poder de decisión en ella no son los actores de ese sistema sino los empresarios y políticos que se sirven de él. Y aunque la trama transcurre en los años de Fujimori, al lector le asiste el derecho de preguntarse cuántos de esos mecanismos –pese a que ahora “don Alberto” y “el doctor” están cumpliendo condena– mantienen vigencia.

Un prohombre en “la salita” del SIN

En la historia que documenta Uceda, el representante de los empresarios es nada menos que Dionisio Romero Seminario, devoto miembro del Opus Dei que durante décadas ha sido presentado en el país como un hombre de negocios modelo. Pese a haber sido investigado –como detalla este libro– por varios asuntos oscuros en vinculación con Vladimiro Montesinos, Romero nunca fue condenado. Acaso su respaldo público a Fujimori –pactado en alguna de sus varias conversaciones con “el doctor” que fueron registradas en los videos de la famosa salita del SIN– tuviera que ver con ese desenlace. Esos procesos tomaron años y fueron archivados por alguna razón que siempre los magistrados –incluidos los integrantes de la Corte Suprema– atinaron a descubrir oportunamente. Como resultado, a sus 84 años el publicitado prohombre disfruta en tranquilidad de una fortuna que en fuentes internacionales se estima superior a mil millones de dólares.

Al leer el informado libro de Uceda es inevitable recordar aquel proverbio guatemalteco que dice que la justicia es como la serpiente: solo muerde a quienes caminan descalzos. Y esto es lo que conduce a la reflexión sobre la justicia que tiene el país. Una justicia que no solo extorsiona a quien es inocente, como describe el libro de Uceda, sino que ella misma se halla sometida mediante las diversas formas con las que el poder sabe extorsionar a sus actores.

La Extorsión perfila un aparato judicial capturado por intereses económicos y políticos promiscuamente entremezclados. Y que aparenta distraerse en perseguir a culpables que no lo son mientras los verdaderos responsables se mantienen a salvo. No estoy seguro de que esa pintura refleje solo el pasado.

Para despejar dudas al respecto cabe preguntarse qué ha ocurrido con policías, procuradores del Estado, fiscales y jueces que –actuando enlazados dentro de una siniestra red– se prestaron dócilmente a obedecer las órdenes emanadas de Vladimiro Montesinos. El famoso “doctor” que desfachatadamente aseguraba a sus interlocutores –según demuestran los vladivideos– que el fiscal haría tal cosa y el juez dispondría tal otra. Y siempre acertaba en sus predicciones.

¿Cuántos responsables han pagado su deuda con la justicia?

En el libro aparecen nombres y apellidos, minuciosamente recabados en los expedientes judiciales o señalados en los testimonios de los entrevistados durante la preparación del libro. La interrogante concreta es: ¿cuántos de los responsables de este periodo infame de la justicia en el país han pagado por lo que hicieron o dejaron de hacer según se lo requirieran quienes administraban el poder? Por ejemplo, ¿en los tribunales colegiados, como la Corte Suprema, un solo juez bastó para que Montesinos hiciera de las suyas o fue indispensable la complicidad de otros colegas para formar mayoría? ¿fueron procesados los miembros del Consejo Ejecutivo del Poder Judicial que era el instrumento clave para asignar jueces a los procesos que interesaba manipular?

Una mención aparte merecen los abogados que, en calidad de solícitos intermediarios, tomaron parte en todos estos enjuagues y cuyos nombres también son incluidos en el libro. Ellos, como muchos otros, conforman un sector de colegas que han hecho del ejercicio profesional una artificiosa esgrima destinada a convertir en inocentes a los culpables y a invalidar cualquier prueba por contundente que sea. Al efecto les resulta de mucha utilidad el soborno, que en algunas ocasiones se reviste con una sutil argumentación y en otras se trasluce burdamente. En el desgraciado país de estos años ese es el tipo de abogado que los rufianes más encumbrados consideran exitoso.

No tiene sentido preguntarse si el Colegio de Abogados de Lima ha hecho o hará algo para sancionar tan envilecido ejercicio de la profesión. Hace años una investigación sobre los procesos disciplinarios llevados a cabo en la institución me convenció de que las juntas directivas –que han sido crecientemente capturadas por mafias existentes en el gremio– en estos casos miran hacia otro lado. La impunidad está, pues, garantizada para este tipo de ejercicio de la profesión.

En pocas ocasiones los jueces se atreven a sancionar el ejercicio profesional malicioso. Unos porque son integrantes de las mismas redes de corrupción; otros debido a que “el mundo da vueltas” y no se puede saber cómo el sancionado de hoy, vuelto poderoso mañana, puede cobrar entonces el atrevimiento de aquel magistrado que cumplió con su obligación.

Después de habernos entregado ese libro iluminador que es Muerte en el Pentagonito, Uceda alcanza ahora este volumen esclarecedor sobre un periodo oscuro que el país inició en los años de Fujimori y dista de haber terminado. De allí que la pregunta que se hace un exfiscal entrevistado, que tendría mucho que contar pero se contiene diciendo “¿pero ahora… qué importancia tiene eso?”, exprese esa vasta concurrencia de complicidades que hace del Perú lo que es.