La dispersión del electorado ha permitido llevar a representación parlamentaria a, cuando menos, ocho grupos políticos. Un panorama en el que el eje izquierda-derecha no resulta útil y, al tiempo que no hay un claro ganador, la posibilidad de constituir bloques o alianzas estables parece sumamente difícil. A ese resultado institucional hay que sumar la derrota de quienes han quedado fuera de juego: APRA, PPC, Solidaridad Nacional y los oportunistas reunidos bajo Contigo.
De esas bajas, ninguna es lamentable. Lo que resulta escandaloso es que el Jurado Nacional de Elecciones –en razón de una composición capaz de esta y otras trastadas– haya “interpretado” que no haber superado el 5% de los votos emitidos por esta vez no cancela inscripción. De modo que se nos ha condenado a ver nuevamente en 2021, frescos y felices, a todos esos personajes a los que el electorado les volvió la espalda en 2020.
Pero el triunfo en esta elección es de Martín Vizcarra. Aunque la disolución del Congreso tuviera en contra tres votos bastante razonados en el Tribunal Constitucional, volver a reunir a los anteriores congresistas estuvo siempre fuera del horizonte de lo posible. El presidente Vizcarra creó un hecho consumado al desbandar a los congresistas que habían convertido la tarea parlamentaria en franca obstaculización y convocar a una nueva elección congresal, en la que previsiblemente ningún sector tendría fuerza suficiente para constituirse en oposición. Es lo que ha ocurrido.
Sin embargo, en estos resultados hay mucho por explicar. La cosecha de votos alcanzada por Acción Popular sin una sola de sus figuras reconocidas. El magnetismo imbatible de Alianza para el Progreso, pese a los escandalosos señalamientos públicos contra su propietario, César Acuña. Otros resultados son indicadores que hay que registrar: especialmente, el demostrado atractivo de las propuestas de Daniel Urresti y de Antauro Humala; los problemas que ambos tienen con la justicia no interesan a sus votantes.
La clase media educada a la que pertenezco exterioriza ahora su desconcierto, como lo hizo hace treinta años ante el triunfo abrumador de Alberto Fujimori sobre Mario Vargas Llosa en segunda vuelta. Han muerto muchos de los sorprendidos entonces pero se ha heredado su incapacidad para ver el país más allá de amigos y conocidos, de los círculos de colegio y universidad, de los barrios frecuentados. Incapacidad para percibir ese enorme resentimiento que el país acumula, generación tras generación, desde hace siglos y que “el chinito del tractor” supo canalizar, como luego lo hizo Humala –para darle la espalda después–.
Esa clase media educada es un sector social no solo claramente minoritario sino bastante aislado del grueso del país. Por eso la sorpresa que el domingo 26 en la noche estalló en las redes sociales, preguntándose por qué la gente de Ataucusi o por qué Urresti. Nuestras lecturas y viajes no nos han servido para entender casi nada. Y Google tampoco ayuda mucho. El país real vuelve a sorprendernos.
El fiasco de los moraditos
Las miradas y expectativas de los sectores medios educados estaban puestas en el Partido Morado. Un grupo político en el que, como en todos los surgidos en las tres últimas décadas, personas de intereses variopintos se han arracimado en torno a un personaje –de calidades discutibles pero con ganada figuración pública– con el propósito de llegar a alcanzar el poder. Trátese de gentes con ciertas capacidades o, por el contrario, con muchas limitaciones, este ha sido el camino útil por el que muchos han llegado a ser congresistas, ministros, presidentes regionales, en fin, autoridades. Esto es, acceso a decisiones sobre fondos públicos, contrataciones, etc.
Pero en esta campaña electoral el Partido Morado ha pasado por pruebas duras antes de llegar al poder. Un par de denuncias de cuestionamiento público a dos dirigentes dieron en la línea de flotación del partido. Un personaje como Daniel Mora, que ganó reconocimiento por su trabajo destinado a sanear las instituciones universitarias, quedó reducido a escombros cuando apareció su perfil de relaciones familiares. Y la personalidad de Julio Guzmán, figura aglutinante de la organización, quedó al desnudo con el registro de su apresurada huída de una situación comprometedora. El tiempo dirá si esa herida abierta ha sido de muerte. Por de pronto, el partido entrará al Congreso en el octavo lugar. No es para que lo celebren.
Los márgenes del juego
La consigna de una “obstrucción democrática”, lanzada por Mónica Saavedra Ocharán, cabeza de la lista más votada el 26 de enero, es menos una línea política que un claro anuncio del nivel que caracterizará a los elegidos. Los optimistas decían que este Congreso no podría ser peor que el disuelto en 2019. Es algo que está por verse.
A estas horas en Palacio de Gobierno se debe estar haciendo sumas y restas. Aunque luego de que varios voceros de los grupos que irán al Congreso hayan ofrecido no ir contra el gobierno de Vizcarra, debería respirarse tranquilidad.
Lo que sí puede ocurrir es que en el Congreso se constituya un frente “iliberal” que, en torno a diversos asuntos, dé pelea en materia de género e igualdad de la mujer, inmigración, homosexualidad y otras. En ese alineamiento conservador pueden sumarse varias decenas de votos, provenientes de Unión por el Perú, FREPAP, Fuerza Popular y Podemos Perú. Es previsible que a ellos se aúnen “espontáneos”, de momento no identificados, desde las filas de Acción Popular, Alianza para el Progreso o el Frente Amplio. Cipriani debe frotarse las manos.
No nos engañemos: a Vizcarra esa posibilidad no le quitaría el sueño. Él no es un liberal y si los “iliberales” se echaran abajo una línea educativa o un programa social del gobierno, tachándolos desde su conservadurismo, él dejará caer el asunto. Los sorprendidos serán entonces quienes han insistido en ver al presidente como una esperanza de renovación profunda del país.
Martín Vizcarra es el gran beneficiario de la elección congresal de enero. Casi sin oposición, tendrá manos libres para conducir su gobierno. La gran pregunta para el año y medio que le resta es si sabe hacia dónde llevarlo.