“Vox populi, voz Dei”. No se ha podido establecer a quién se le ocurrió tal insensatez pero, en todo caso, es muy antigua. El mes de octubre nos ofreció una sucesión de eventos que refutan por entero el proverbio. 

La asonada de 12 días en Ecuador y los resultados electorales en Argentina y Bolivia son más que suficientes. Y, para que no pueda replicarse que esto ocurre solo en nuestros países, puede agregarse las preferencias ciudadanas en Hungría y Polonia.

El caso ecuatoriano es el más cercano y quizá el más ilustrativo. Rafael Correa hizo y deshizo en el país durante diez años. Se proclamó jefe supremo y, como tal, su gobierno plagado de actos de corrupción impuso a los jueces el contenido de sus sentencias, so pena de destitución y persecución. Quien caía en desgracia con el régimen no volvería jamás a un puesto público. Se amordazó a la prensa con un sistema de control estricto que se valió de sanciones millonarias contra quienes dijeran algo que contradijera el discurso oficial. Se persiguió a los dirigentes opositores –incluidos líderes del movimiento indígena– por discrepar de los designios oficiales y se los encarceló acusándolos de delitos imaginarios. Y para completar el cuadro, el gobierno de Correa endeudó al país y vendió a futuro el petróleo –principal recurso de exportación– de modo que quien lo sucediera tuviera atadas las manos en materia económica.

¿Se produjo alguna vez una “movilización popular” contra Correa para derribar su gobierno? No. Pero en octubre bastó un alza de los combustibles, en un clima de recesión económica que mucho debe a la gestión de Correa, para que se oyera “la voz del pueblo” clamando por la salida del presidente Lenin Moreno, cuya principal virtud es haberse apartado del correísmo y permitir que los jueces se encarguen de someter a proceso a los secuaces del régimen de la “revolución ciudadana”.

La calidad de la democracia corresponde a la calidad de sus ciudadanos. Y los que en estos tiempos votan no son herederos de los ciudadanos atenienses. Hace unos años la encuestadora APOYO encontró que en el Perú uno de cada cuatro electores decidía su voto en la cola de las mesas de la elección. A la ignorancia ciudadana se ha venido a sumar la desinformación de las “fake news”, irresponsablemente propaladas en las redes.

Esa combinación acaso explique que, también en octubre, en Argentina el electorado haya llevado a Alberto Fernández, el candidato del kirchnerismo que llevó al país a la ruina económica y moral, a la presidencia del país en una segunda vuelta, en la que su competidor era el actual presidente Mauricio Macri, cuya gestión tampoco es defendible.

El caso de Evo Morales también es revelador. Lleva casi trece años en el gobierno y no está dispuesto a dejarlo. Beneficiado por una economía exportadora de hidrocarburos –pese a lo cual ha llevado el déficit público a 8% del PBI– no ha logrado evitar que la pobreza aún afecte a uno de cada tres bolivianos, según indica la CEPAL. Evo ha perseguido a los opositores, exiliados muchos y otros encarcelados mediante procesos a cargo de un sistema de justicia que el gobierno controla valiéndose de jueces menos que mediocres, cuya cúpula es “elegida” popularmente, pese a la abstención mayoritaria.

Aunque esta vez Morales intenta permanecer en el poder mediante un fraude más o menos evidente –y que ojalá la misión de la OEA revele en su integridad–, no deja de ser cierto que cerca de la mitad de los ciudadanos votaron, pese a todo, para mantenerlo en el cargo.

La voz del pueblo se equivoca y se sigue equivocando, conforme demuestran esos casos. Y de poco sirve que se nos consuele diciendo que en democracia tenemos la oportunidad de corregir los errores cometidos en una elección, al votar en un sentido distinto en la próxima. El kirchnerismo en Argentina y el correísmo en Ecuador han causado daños irreparables. No solo se trata de perjuicios económicos, que ya son importantes, sino también de la reproducción de un modelo autoritario que se mantiene sobre la base del reparto clientelar de prebendas y ventajas, y que desvirtúa por completo a la democracia. Es lo que hizo Chávez en Venezuela y ya no puede hacer Maduro porque se le acabaron los recursos.

Ese reparto también fue clave en el apoyo popular a Rafael Correa. Y, según los analistas, también explica en parte el resultado electoral obtenido en Polonia a mediados de octubre por Jaroslaw Kaczynski, que lo ratifica en el poder con 43% de los votos y la mayoría de escaños parlamentarios. Durante los últimos cuatro años, su gobierno –que estableció un subsidio de 100 euros al mes por cada hijo menor de 18 años– ha reformado el sistema judicial para recortar la independencia de los jueces a favor del control del Poder Ejecutivo, al tiempo que se adoptaba un discurso contrario a inmigrantes y homosexuales, así como a la igualdad de derechos de la mujer. Y si esas posiciones conservadoras no contasen con el apoyo de Dios, por lo menos tienen el activo respaldo de la influyente Iglesia Católica.

En Hungría, el partido del primer ministro Viktor Orbán está en el gobierno desde 2010 y ha pasado ya por tres elecciones; en la última, el año pasado, obtuvo casi la mitad de los votos (49.27%). Este partido, el FIDESZ, postula el intervencionismo estatal en materia económica pero es fuertemente conservador en políticas sociales, lo que incluye posiciones totalmente contrarias a la inmigración. Junto al de Polonia, el gobierno húngaro es un obstáculo al desarrollo de políticas sociales en la Unión Europea.

Todos estos hechos no son suficientes para poner en cuestión el principio democrático por el que elegimos a quienes nos gobiernan. Pero si “la democracia es el menos malo de los sistemas políticos”, como enseñó Winston Churchill, saberlo no es mucho consuelo cuando se ve a Fernández en preparativos para asumir el cargo con el respaldo de la mitad de la ciudadanía o a Morales en apelaciones continuistas a las numerosas bases que efectivamente lo respaldan.