Durante décadas el mundo vivió ideológicamente dividido por la guerra fría. El enfrentamiento no solo se daba entre el occidente capitalista liderado por Estados Unidos y los países de la órbita soviética. En cada país comunistas y anticomunistas pelearon un combate ideológico que, con cierta frecuencia, pasó a la agresión abierta y violenta. Fue una lucha que costó muchas muertes. 

Con el desplome de la Unión Soviética se cerró ese capítulo sin que arribara el pronosticado “fin de la historia”. Las discrepancias entre distintos modos de ver al individuo y la sociedad han continuado desarrollándose, aunque ahora no haya ideologías totalizadoras que cobijen a uno y otro bando. No obstante, en términos generales, un lado busca innovar y reformular formas de vida tradicionales mientras el otro no solo pretende conservarlas sino, incluso, retrotraerlas a modos anteriores que se creía superados.

Uno de los principales campos de conflicto es el lugar de los sexos. Si bien la igualdad entre hombre y mujer aparece desde hace décadas en constituciones y leyes, haber intentado convertir aquel principio en criterio para normar ámbitos concretos como las relaciones de familia o las de trabajo, ha dado lugar a una resaca conservadora que –especialmente bajo patronazgos religiosos– busca restaurar a la mujer en un papel semejante al de las abuelas.

En el centro de ese enfrentamiento está la cuestión de cómo encarar la violencia contra la mujer –que los conservadores prefieren denominar violencia intrafamiliar– y el debate en torno a la descriminalización del aborto. Todo ello está envuelto en la lucha encarnizada acerca de la llamada ideología de género.

Un tema de enfrentamiento vecino gira en torno a la homosexualidad. Escondida hasta hace pocos años, la existencia de hombres y mujeres que no son heterosexuales ha ido reconociéndose gradualmente como un hecho, primero, y como un derecho, luego. Que los activistas dieran a sus planteamientos ribetes desafiantes parece haber espoleado a sus rivales conservadores para atacar abiertamente la aceptación creciente de la homosexualidad. El matrimonio entre personas del mismo sexo parece trazar el frente de batalla más candente.

Si bien esos dos ámbitos son los que cobran mayor notoriedad, los lugares de enfrentamiento son muchos más. El cambio climático y la protección del medio ambiente es uno importante, en el que los intereses económicos de los grandes conglomerados empresariales y sus aliados políticos y mediáticos contrarrestan los esfuerzos de los movimientos ecologistas por evitar un mayor deterioro del planeta. Del mismo tipo es la lucha en torno a la privatización de servicios públicos que persiguen codiciosamente grupos privados en varias partes del mundo, enfrentados a quienes denuncian los efectos de ese giro al agravar la desigualdad social.

Los activistas movilizados contra el maltrato animal persiguen la abolición del toreo y la limitación de la caza, mientras los tradicionalistas se empeñan en mantener ambas prácticas. Al tiempo de que líderes religiosos y actores políticos de derecha defienden la política que criminaliza el consumo de drogas, grupos contestatarios señalan el fracaso de esa política –especialmente por sus consecuencias en corrupción del aparato policial y judicial– y reclaman la legalización del consumo.

En nombre de la defensa de la familia (tradicional) se agrupan quienes buscan fortalecer la educación privada de raíz religiosa, minimizar la educación sexual en los colegios, restablecer los antiguos roles sociales de niño y niña, combatir la homosexualidad y “reeducar” o “curar” a los homosexuales, y prohibir toda forma de aborto. Usualmente, en esas filas están alineados también quienes prestan poca o ninguna atención a los reclamos de los grupos indígenas y a las denuncias sobre discriminación.

Del otro lado, en cambio, se comparten menos temas y los ecologistas no necesariamente son feministas, ni los indigenistas están interesados por los derechos de los homosexuales, ni los defensores de la memoria histórica respaldan las luchas por las defensas de los animales. Lejos de la unidad que exhiben los conservadores, congruentes en el conjunto de sus demandas, los renovadores parecen mucho menos capaces de organizar un paquete de reclamos compartidos.

Esa importante diferencia es la que hace que, por ejemplo en el caso estadounidense, Donald Trump haya logrado llegar a la presidencia como expresión de las tendencias conservadoras –que, paradójicamente no son mayoritarias–, mientras que sus opositores se encuentran divididos en múltiples grupos, cada cual con su propia bandera reivindicativa.

Gravemente herida la izquierda política en occidente, no se cuenta con un gran estandarte para reunir las demandas y reivindicaciones renovadoras de la vida social. Mientras tanto, los conservadores no dudan, por ejemplo, en hermanar a católicos y protestantes a fin de defender en común sus reclamos.

No obstante, debe notarse que, a diferencia de lo ocurrido en la guerra fría, el enfrentamiento ideológico actual no es principalmente político, ni se expresa primordialmente mediante los partidos, ni sus luchas desembocan en cada caso en el control del aparato del Estado. Aquello que los actores parecen perseguir es que su propuesta sea socialmente hegemónica, esto es, que al derrotar a la contraria se convierta en sentido común.

El gran enfrentamiento está en expansión y abarca a cada vez más actores de población. Del curso que adopte dependen definiciones muy importantes para la vida en sociedad en los años venideros.