Ante cada elección es un lugar común asignarle trascendencia. Pero las elecciones del domingo 28 de abril eran verdaderamente importantes en España. Lo entendió así el electorado que batió el récord de participación: 75%. En un país donde votar no es obligatorio, concurrieron dos millones más de electores que en la elección anterior. 

Una porción de electores tenía miedo –sobre todo generado por el surgimiento de Vox como partido de ultra-derecha– pero la mayoría padecía de incertidumbre. Luego de más de cuatro décadas de democracia –en buena parte de las cuales el bipartidismo dio no solo estabilidad sino inamovilidad al régimen político–, el país enfrentaba un futuro incierto a partir de una división casi en partes iguales. De un lado, un gobierno socialista en minoría que contaba con el respaldo precario de grupos parlamentarios menores; de otro, una derecha agresiva que, dividida en tres, aparecía coincidente en la promesa de una vuelta atrás en diversos terrenos.

El resultado electoral ha mostrado que, en efecto, el país está dividido en dos pero que la porción que comandan los socialistas es mayor. Lo suficiente para gobernar, aunque los pactos necesarios –asunto en el que la democracia española exhibe poca vocación y casi ninguna experiencia– sean incómodos y difíciles.

Con todo, la derrota de esa derecha teñida por su añoranza del franquismo es refrescante. Es verdad que Vox ha cosechado diez por ciento de los votos y tendrá 24 diputados en el congreso pero, en alguna medida, no es una novedad. El existente franquismo social ahora cuenta con una expresión política que hasta hace poco estaba contenida en el Partido Popular, cabeza tradicional de la derecha. Al independizarse, la postura más reaccionaria está a la vista.

El Partido Popular –que se reduce en el Congreso de 137 a 66 diputados– ha sufrido una derrota catastrófica. Su joven líder, Pablo Casado, siguiendo los dictados del ex presidente José María Aznar (1996-2004), llevó al partido a posiciones extremistas que pretendían recuperar al electorado que se había ido a Vox, sin advertir que por esa vía perdería al centroderecha que, más bien, ha optado por Ciudadanos. En un país algo más serio, Casado habría tenido que renunciar; hasta el momento de escribir esta nota, no lo ha considerado necesario.

Ciudadanos, uno de los dos partidos que rompió el bipartidismo hace pocos años, ha mejorado sus posiciones al pasar de 32 a 57 diputados. Sin embargo, al no sumar mayoría con el PP y Vox, tendrá que consolarse con seguir siendo el segundo partido en la derecha del espectro. En los cuatro años que vienen en este periodo legislativo acaso estabilice su perfil que ha sido cambiante hasta llegar al oportunismo más circunstancial.

El gran ganador de la contienda es el PSOE, que desbancó en junio al gobierno de derecha del Partido Popular y diez meses después ha aumentado sus diputados de 85 a 123. No son respaldo parlamentario bastante pero cuenta con el anunciado apoyo de UnidasPodemos (42 diputados) y el de Esquerra Republicana de Cataluña (15 diputados) más, probablemente, el del Partido Nacionalista Vasco (6 diputados). Más que suficiente.

No obstante, gobernar requerirá, más allá del voto de la cámara para investir a Pedro Sánchez como jefe del gobierno, una mayoría parlamentaria que facilite la aprobación de las medidas que el gobierno proponga. Para UnidasPodemos se requiere un acuerdo de gobierno, en el que pese a su caída electoral (de 71 diputados a 42) este partido de izquierda aspira a participar con algunos ministros. Esquerra es uno de los partidos independentistas catalanes que exige diálogo sobre la situación de su región e insistirá, como lo ha venido haciendo en estos años, en que se convoque un referéndum de autodeterminación, extremo que Sánchez ha rechazado de antemano. El PNV será seguramente un socio más llevadero al solo exigir, como siempre, incrementos en el gasto destinado al País Vasco.

La figura más descollante en el escenario es, sin duda, Pedro Sánchez. Economista de 47 años, derrotado un par de veces dentro de su partido y que es un especialista en resistencia y tenacidad, a la par que defensor de una mayor sensibilidad frente a los problemas sociales. Haber llevado al PSOE a la victoria luego de once años no solo lo coloca a él en la presidencia del gobierno; además, aumenta decisivamente su peso interno en el partido, donde algunos “barones” del partido –una suerte de caciques que controlan de manera clientelista a los cuadros en cada región– preferían optar por concesiones a la derecha.

El balance provisional –a fines de mayo hay convocadas elecciones regionales, municipales y para el parlamento europeo– no es blanco y negro. Pero, sin duda, han sido derrotados los peores y los demás tienen una oportunidad de hacer de España algo mejor de lo que es. Así sea.