Él mismo lo ha confirmado. El 28 de diciembre Juan Luis Cipriani cumple 75 años y, de acuerdo a las normas eclesiásticas vigentes, debe presentar su renuncia. Somos muchos los que ese día daremos un suspiro de alivio. Su nefasta presencia, que ha incursionado abiertamente en la política durante su ejercicio episcopal, empezará a ser un recuerdo.
Cipriani representa a los sectores más conservadores de la Iglesia Católica. En la ola antirreformista de Juan Pablo II, atendiendo a su condición de miembro del Opus Dei fue nombrado obispo auxiliar en 1988, tres años después fue designado como arzobispo de Ayacucho, y como arzobispo de Lima en 1999. Finalmente, alcanzó el cardenalato en 2001, pese a lo cual ha nucleado solo posiciones minoritarias dentro del episcopado nacional.
Pero el verdadero problema no era eclesial, que es asunto que concierne solamente a los católicos. Para el país lo que ha importado es que en todos esos cargos Su Eminencia Reverendísima ha hecho política sin rubor, en defensa –deslenguada e incluso procaz– del pensamiento más reaccionario. De allí que se identificara con el fujimorismo, en cuyo gobierno desempeñó responsabilidades equivalentes a las de un funcionario de confianza. Sin embargo, su principal labor fue ideológica: justificar al régimen dictatorial y atacar ferozmente a quienes lo cuestionaban. En ese papel hemos tenido que soportarlo durante más de dos décadas.
El viento cambió tanto en la Iglesia como en el país. En Roma fue elegido papa Francisco, un jesuita cuya orden nunca ha visto con buenos ojos al Opus Dei. En el Perú no fue elegida, en dos ocasiones, la hija de Fujimori, en quien Su Eminencia Reverendísima había depositado todas sus esperanzas.
Situado algo fuera de lugar –más en la Iglesia que en el país–, Cipriani continuó su labor de interferencia en la escena pública, fuera de sus competencias eclesiales. Influir en políticas públicas le resultó posible con Alan García, que posó devotamente besándole el anillo; las cosas no le fueron tan bien con Humala y Nadine. Pero la agitación de “con mis hijos no te metas” y otras causas similares le dejaron todavía margen de acción: contra el aborto, contra “la ideología de género” y en defensa de Keiko.
Con la mirada puesta en Roma, la pregunta era si Su Eminencia Reverendísima sería descabalgado o se esperaría pacientemente hasta el momento que finalmente ha llegado: el retiro en razón de la edad. La prudencia vaticana se decidió por la espera pero no sin jugar una carta inesperada: el nombramiento del arzobispo Barreto como cardenal en mayo de este año. Su voz, en defensa de algunas de las causas negadas o combatidas por Cipriani, ha opacado por completo a lo largo de 2018 la presencia de Su Eminencia Reverendísima, limitado en la recta final a su programa de radio sabatino que pocos escuchan.
Precisamente en su última emisión, Cipriani ha deslizado la posibilidad de que, presentada la renuncia, Roma difiera su aceptación, y se ha apresurado a señalar que hay varios antecedentes. Lamentablemente, el Vaticano no presta mucha atención a las demandas sociales. De otro modo, habría que recoger firmas para que se le acepte la renuncia… digamos, el sábado 29. Esto, en previsión de que la renuncia del día 28 sea presentada luego como una broma del día de los inocentes.