Lunes 

Nos reunimos a propósito de que en América Latina han transcurrido cuarenta años de democracia más o menos ininterrumpida. La atmósfera es una sala de reuniones oval, muy linda, presidida por las banderas de los países. Como Chile es el país que acoge, se empieza la reunión inaugural con puntualidad, cinco minutos después de lo que dice el programa.

Se cuenta con una mesa en la que tres ex presidentes son expositores. La audiencia es algo mayor. Digámoslo francamente: somos muchos los que lucimos viejos y aquellos que nos conocemos nos vemos muy envejecidos. Los participantes comparten el uso frecuente del teléfono móvil; unos más y otros menos, son demasiados aquellos que –no importa quién exponga o qué esté diciendo– prefieren atender a su pantallita. Nada que envidiar, o reprochar, a ese público joven que está ausente.

Mirar al teléfono tiene un atenuante: los temas se repiten y todos los conocemos. Desigualdades, cambio climático, migraciones, inseguridad, drogas y crimen organizado, velocidad vertiginosa de los cambios, ineptitud de las instituciones, muchas incertidumbres. Hay un tono de alarmas encendidas que solo impugna un viejo expresidente que a los 77 años se aferra a una receta más que vieja, podrida: fortalecer a los partidos políticos.

Cada expositor nos regala un rosario de preguntas. Hay muy pocas respuestas, pese a que todos somos gentes experimentadas –bien o mal– en nuestras áreas respectivas. La falta de propuestas abarca a los políticos, que usualmente tienen el gatillo fácil –incluso irresponsable– a la hora de decir qué puede hacerse. No es el caso.

Por coincidencia, a mi lado se sienta un más que probable candidato presidencial peruano. Es el único, en la imponente mesa oval reservada a los expositores, que habla con quienes están a sus flancos. Y es uno de los pocos que consulta a cada momento su teléfono móvil. No toma notas sino traza líneas en el block de papel que nos han dado. Parecería que se aburre.

Esta solemne reunión inaugural tiene lugar en un día –26 de noviembre de 2018– en el que parece producirse un alineamiento de planetas que haría factible un conflicto de escala mundial, a ser iniciado por un litigio entre Rusia y Ucrania. Curiosamente, nadie hace siquiera alusión al asunto. Quizá esto es un síntoma más del problema de la democracia. Peor aún, el más joven de los expositores –un ministro chileno– da por sentado que no hay más guerras en el mundo.

Pero hay que reconocer que ese mismo ministro da un ejemplo democrático cuando, en su exposición, resalta sus coincidencias con otros dos expositores chilenos que hoy están en la oposición. Un rasgo chileno que rara vez se encuentra en otro país de la región.

En cualquier caso, la reunión adelanta un producto, que es la distribución de un término nuevo, por lo menos a mi conocimiento: resiliencia democrática. Los expertos se han anticipado a la RAE en un intento de por lo menos estar a la moda en la palabra, ya que no en las ideas.

Y, a propósito de palabras, hoy solo una expositora se atuvo al límite de tiempo establecido para su intervención. Los demás pasaron, a veces largamente, el tiempo que se les dio, y varios de ellos buscaron atenuar el impacto de su verborrea con la gastada promesa de “estoy terminando” o “para terminar”, luego de lo cual se consideraron autorizados a un tiempo adicional. Me pregunto si la tolerancia con este hábito no contribuye, aunque sea en pequeña medida, al rendimiento insatisfactorio de nuestras democracias.

Martes

Hoy empezamos 15 minutos tarde, pese a lo cual un tercio de los participantes aún no habían llegado.

Hace años que el análisis social pretende encontrar base en el deslumbramiento de los indicadores, cuyos resultados, en rigor, dependen de cómo se construyen y, pese a que algo dicen, no muestran matices ni dan fundamentos sólidos para cimentar explicaciones. La primera presentación de hoy es un buen ejemplo: una avalancha cuajada de indicadores y porcentajes nos confirma que no solo en la región sino en el mundo la democracia declina desde 2014. El declive afecta a 30% de la población mundial. Pero el deterioro es gradual y, como se reviste con precaución de una legitimidad de origen electoral, hace que percibamos amortiguadamente el descenso.

La religión se ha convertido en un factor político abierto y ha cambiado de signo: en vez de ser ejercido por la jerarquía de la Iglesia católica, ahora está a cargo de las iglesias evangélicas movilizadas; en vez de hacer lobby en salones de cortinas y alfombras, ejercen presión en las calles. Mientras el ciudadano promedio pierde interés en la política, estos grupos lo han acrecentado, con el propósito de reingresar a escena los valores conservadores. En Costa Rica casi ganan la última elección y en Brasil acaban de ganarla.

La corrupción no ha disminuido en democracia y, en diversos casos, es un componente importante de aquello que –me entero así de otro término– se llama ya “autocracias elegidas”. Alguien, que prefiere llamarlas “democracias iliberales”, pronostica que en México existe un mayor riesgo que en Brasil de caer en ellas. Un expositor mexicano corrobora la predicción trazando los rasgos innegablemente caudillistas de Andrés Manuel López Obrador.

Un viejo y experimentado sociólogo chileno advierte de que “estamos ante un cambio civilizatorio”, de larga duración; dado que la democracia “no fue pensada para la sociedad que se está construyendo, sino para una en la que la economía producía conglomerados homogéneos” que debían ser representados ante el poder del Estado. El “ciudadano” que reconoce la democracia es, antes, individuo y, sobre todo, consumidor, usuario o cliente; estas últimas son identidades para las que la política no resulta de utilidad. Hay, pues, una crisis de la representación que lleva a que la protesta venga a ser más democrática que el acto de votación. En ese contexto, la incógnita es cuál es la relevancia de la democracia para esta sociedad.

Se ha pedido a un invitado que presente la situación de la democracia en Estados Unidos. Se apoya en algunos datos útiles: solo 13% de los encuestados cree que el país va en una dirección apropiada y el Congreso tiene la aprobación de apenas uno de cada diez estadounidenses; la mayoría seguramente percibe que el proceso legislativo está atascado hace años, incapaz de definir políticas públicas. Trump es, pues, más un resultado que una causa del problema, nos explica. Aun así, las instituciones y las organizaciones del tejido social resisten sus embestidas que anuncia vía tuits.

Llega el momento para discutir redes sociales, fake news y democracia. Se recuerda la intervención rusa en las elecciones que pusieron a Trump en la Casa Blanca. Se estima que ya 30% de los presupuestos de campaña se dedican actualmente, en cualquier país, a operaciones digitales; estas “acciones políticas mafiosas” guillotinan el debate, siembran dudas sobre la información de los medios de comunicación y, más que convencer a otros, reafirman la fe de los creyentes en una causa dada. De allí que los políticos usen las “noticias basura” –tercer término aprendido en la reunión– para combatir la libertad de expresión. ¿Tiene sentido regular las redes sociales? El escepticismo prevalece: la depuración de las redes no es posible porque su gran negocio está en la venta de datos. Un participante se alarma: si vamos a comunicarnos solo a través del teléfono, tenemos un problema serio.

Los economistas abundan en que no hay consensos en el ámbito político para hacer un desarrollo productivo que permita incrementar el empleo. Las presentaciones empiezan a repetirse. De pronto, alguien logra impresionarnos con un señalamiento llamativo; por ejemplo, el dato de que 400 personas son asesinadas en América Latina cada día o la noticia de que la penetración criminal en el sistema político colombiano es en el país un hecho público que ya no escandaliza. Y luego se vuelve al sopor que generan reiteraciones y convergencias, acaso excesivas, en un grupo que quizás es endogámico o se deja vencer por la presión de lo políticamente correcto.

Hoy nadie se atuvo al límite de tiempo fijado para las intervenciones. El primer efecto de los excesos es no haber dejado margen suficiente para el debate entre expositores y participantes. Punto en contra de la democracia en el micronivel de la reunión.

Miércoles

Hoy también yo llego tarde, de modo que no sé a qué hora empezó el último día de la reunión.

Me topo de lleno con una discusión académica sobre las clases medias y la democracia. La presentadora del tema se entretiene en las formas de definir clases medias y los diversos factores sociales y económicos que las afectan. Parece que las clases medias han sido redefinidas. Hay criterios que definen al clasemediero como aquel que no es pobre; otros que sostienen que si ganas más de diez dólares diarios ya estás en la clase media. Imagino que este juego de conceptos con cifras deleznables tranquiliza a algunos. A mí no, y lo digo. Creo que, por más que se retuerzan ideas como esta, no cambian la realidad.

Tomo conciencia de que este es el tono propio de una reunión de organización internacional: conceptos, datos y formulación de preguntas para las que se tienen pocas respuestas. En el lenguaje al uso, cualquier tema es “complejo” y hay mucho de “agendas compartidas”, “inclusión social”, “hoja de ruta” y “matriz de…”. Es un vocabulario de gueto que evoluciona en el tiempo y hay que ir actualizando para estar a tono. Por ejemplo, todos critican ahora “la cultura del privilegio”, proponen “empoderar” a determinado sector y exigen que cualquier cosa sea “sustentable”. Esas envolturas, relativamente ambiguas, al ser refugios compartidos, permiten a cada quien no arriesgarse mucho personalmente.

El lunes creí advertir que el candidato presidencial peruano participante se aburría. Parece que acerté: ni ayer en la tarde, ni hoy en la mañana nos ha acompañado. Pero, según el programa, esta tarde habremos de escucharlo. Entretanto, un político chileno del partido gobernante se empina hasta lo sublime: “Estamos pasando de los problemas del cuerpo a los problemas del alma”.

Llega el tema del estado de derecho y la justicia con una nueva lluvia de datos desconsoladores. Cuando jueces y tribunales no habían logrado un desempeño aceptable en la función, nuevos problemas se han añadido a la agenda: la droga y el crimen organizado, las formas de economía ilegal y la trata de personas, la explosión del maltrato a las mujeres. Pero la cultura de la ilegalidad es de la sociedad y no solo de la política, advierte una expositora enterada: Odebrecht pagó no solo a los políticos.

Las policías son hoy guardaespaldas de los narcos. Carabineros de Chile está viendo cómo se derrumba su duradero prestigio. El engranaje policial-judicial ofrece imágenes para crear la impresión de que es eficaz; terminan detenidos y condenados los pobres en general y, dentro de ellos, quienes son parte de cadenas delictivas como un medio de sobrevivencia. El crimen organizado se expande en ausencia de políticas relativas a abandono escolar, tratamiento de drogadicción y tráfico de armas.

Hay tres “américalatinas”, anuncia una ex senadora colombiana. Una en la que no hay Estado ni mercado. Otra que tiene ambos pero con el avejentado patrón del siglo XX. La tercera, más pequeña que las otras dos –y que alberga a todos los participantes de la reunión, precisa–, está en el siglo XXI. “No estamos siendo capaces de fortalecer las instituciones”, concluye. Las soluciones son de largo plazo y por eso hay que vacunarse de caudillos, que no dejan construir instituciones. Esta política y otra, brasileña, se entusiasman con sus propias palabras y nos convierten en involuntarios asistentes a un mitin de corta duración.

La sesión de la tarde nos somete a exposiciones de los políticos participantes. Afortunadamente, se les ha puesto un límite temporal para las intervenciones, que se anuncia inflexible. Empieza la ronda el anciano ex presidente que nos acompaña: “cuidado con las ongs, que son tóxicas”, advierte; declara su preferencia por oír a los sindicatos y a las cámaras empresariales, que según él sí tienen representación. El candidato presidencial peruano coincide y denuncia que las ongs, hoy en día, dirigen el debate público y la tarea judicial en el Perú. Pero también carga contra los medios de comunicación, cuya concentración, según él, impidió que su candidatura llegara a pasar a la segunda vuelta en 2016, y contra las encuestadoras que, recuerda, fueron sobornadas por Vladimiro Montesinos. La región está sola en la jungla de China, Trump y Erdogan, sostiene, y postula pensar de nuevo América Latina. Con el auditorio casi cautivado, el candidato añade una confesión llamativa: está “aterrado” porque no sabe cómo se financiaron aquellos candidatos de su partido que ganaron en las últimas elecciones municipales.

El organizador de la reunión la cierra haciendo notar los asuntos que no han sido mencionados. Sobre la creciente presencia de China en la región –y el papel de Rusia–, se hizo solo alusiones, sin profundizar. Junto a estos déficits, hay otras ausencias que pueden celebrarse. No se mencionó a los militares como amenaza a estas democracias. Y nadie intentó encontrar la responsabilidad de nuestros problemas en Estados Unidos.


Ilustración: Sputnik Mundo