La revelación del dato en la primera plana de un diario debe haber sorprendido a muchos, especialmente entre aquellos que leen los periódicos de pie, delante de un quiosco. Muchos de ellos integran aquella mayoría de trabajadores que reciben menos del salario mínimo ¡que actualmente es 46 veces menor al sueldo mensual de un juez supremo! 

La sorpresa se convertiría en indignación si el lector supiera que en España –donde el salario mínimo es cuatro veces mayor que en el Perú– un juez del Tribunal Supremo cobra la mitad que un juez supremo peruano. No obstante, es necesario tener en cuenta que hay razones de peso para asignar un sueldo elevado a un juez de la más alta instancia.

La primera razón es que un juez de la Corte Suprema tiene que ser un jurista destacado en su campo. De él –y de las decisiones de la Corte– se espera que resuelva, en definitiva y sin apelación posible, casos de la mayor importancia en los que están en juego asuntos cruciales para las personas y, en ciertas ocasiones, para el país. Con sueldos bajos no se puede atraer a esta delicada responsabilidad a quienes pueden desempeñarlas satisfactoriamente.

El argumento resulta reforzado por el alto volumen de causas que recibe la Corte Suprema para resolver. Atenderlas requiere una dedicada atención de los jueces que la integran.

La segunda razón es que un sueldo alto cautela mejor la independencia del juez. Siendo así que ante la Corte Suprema se disputan asuntos de rango económico mayor y problemas políticos de envergadura, el juez supremo debe estar libre de toda tentación. Y el sueldo no lo es todo pero, en este terreno, ayuda mucho.

El problema aparece cuando dejamos las razones que en abstracto justifican las remuneraciones y pasamos a la realidad. ¿Quiénes son los reconocidos juristas que están sentados en la Corte? ¿Cuántos de ellos han tenido una trayectoria destacada como abogados, profesores universitarios o jueces antes de llegar a la Corte?

En cuanto a la dedicación, surgen dudas cuando se constata la presencia de nuestros jueces supremos en diversas ceremonias públicas y reuniones sociales que les reclaman un tiempo que resulta restado a las decisiones que suponemos que ellos toman. La atención al despacho parece recortada por su comparecencia en tribunas varias y recepciones diplomáticas.

Finalmente, desde el escándalo de los audios de los hermanitos, destapado a mediados del año pasado, la independencia de nuestros jueces supremos está en tela de juicio. Podría alegarse que el prófugo César Hinostroza era la sola oveja negra. Pero recuérdese que en la Corte Suprema toda decisión es colegiada. Si un juez supremo no decide individualmente los casos, ¿es posible aceptar que este juez hiciera de las suyas y que ningún otro juez se diera cuenta de lo que había de por medio?

El titular de El Comercio del sábado 22 de junio conduce, pues, a la pregunta clave: ¿Se merece este sueldo un juez supremo?